El dolor físico, la tristeza, el enojo y el temor se transforman en oportunidades de sanarnos y acceder a nuestro potencial verdadero. Esto nos da la posibilidad de despertar a un concepto más profundo de nuestro ser interno, el cual, paradójicamente quizás, necesitaba no estar del todo sano o no ser feliz para emerger con toda su elocuencia.
Para transformar el dolor necesitamos sentir el momento la incomodidad presente en nosotros. Eso se consigue sumergiéndose en ella, en lugar de luchar para alejarla. Tenemos que zambullirnos hacia el centro de la incomodidad con toda nuestra presencia y toda nuestra atención, sin analizar, sin interpretar de dónde viene, por qué viene o cuál es la razón de su existencia. (A esto se le llama: liberación del cuerpo de dolor).
Los resultados individuales de este proceso son sorprendentes, se trata de una práctica muy sencilla y fácil de llevar a cabo.
El cuerpo del dolor abarca todo lo que en nosotros se siente incómodo o doloroso física, mental o emocionalmente. Si un estímulo pequeño (un comentario, una mirada o un recuerdo) provoca en nosotros una reacción desmesurada, es señal de que el cuerpo del dolor se ha activado.
Algo “te saca de las casillas” y te conduce a un lugar de pánico, rabia o profunda e inexplicable tristeza.
En el siguiente ejercicio haremos un esbozo parcial del cuerpo del dolor:
Ejercicio
Haz una lista de las personas o cosas que “te sacan de las casillas” en diferentes áreas de tu vida.
Para cada uno de estos disparadores, responde las siguientes preguntas:
§ ¿Qué pensamientos aparecen cuando imagino esta situación?
§ ¿Qué sensaciones corporales tengo? Puedes tomar un trozo de papel y lápices de colores o marcadores y dibujar una silueta humana para representar esas sensaciones tan bien como puedas.
Ahora, responde estas preguntas:
§ Si las sensaciones tuvieran un color, ¿cuál sería?
§ Y si tuvieran peso, ¿cuán pesadas o livianas serían?
§ ¿Son frías o calientes?
§ ¿En qué parte de tu cuerpo las localizas?
§ ¿Qué otras características presentan?
¿Cómo transformar el dolor en alegría y paz?
A medida que crecemos y nos convertimos en adultos civilizados, tendemos a olvidar que debemos darle tiempo a nuestro sistema orgánico para que procese el dolor y la incomodidad de manera natural.
Cuando llegamos a la adultez nos hemos convertido en maestros en el arte de resistir el dolor o erradicarlo y, sobre todo, nos hemos olvidado de cómo transformarlo.
Si queremos recuperar el campo de energía vivo, amoroso y fresco que teníamos cuando éramos criaturas, debemos desaprender lo aprendido, desandar lo andado y establecer nuevos hábitos y nuevos modos de tratar con el dolor.
Ejercicio
§ Siente el dolor físico o la incomodidad emocional que está presente en ti en este instante. Permítelo con todo tu ser.
§ Escucha la conversación interna que está teniendo lugar. Cuando los pensamientos sobrevengan, permítelos. Observa el hábito que tiene la mente de tratar de evitar la incomodidad analizando o tejiendo una historia. Pon tu atención en el cuerpo y en sus sensaciones. Permanece con las sensaciones y los sentimientos tal cual son.
§ Observa en qué parte del cuerpo está la sensación. Permítele al cuerpo procesar esas energías, mientras tú atestiguas el proceso. Observa lo que el cuerpo hace (cualquier sensación interna o sentimiento, cualesquiera pensamientos asociados con el asunto, etc.), sin tratar de controlar nada.
§ El cuerpo del dolor suele tener varias capas profundas y gruesas de fuerza de vida contraída. Quizás experimentes oleadas de sentimientos y/o sensaciones intensos, que alternan con intervalos de calma y relajación.
§ Permite ese efecto de péndulo tantas veces como lo necesites. Podrás pasar de la incomodidad al placer. Confía en la natural inteligencia de tu cuerpo. Tú no eres ninguno de los extremos del péndulo, sino el punto muerto que permite que el péndulo sea. Tú eres lo que atestigua.
§ Todo lo anterior puede llevar de un par de minutos a media hora, o más.
§ Después de entrar en el cuerpo del dolor, procúrate un tiempo a solas para integrar la experiencia que has tenido. Puedes recostarte por un rato, en la cama o en el piso, y luego escribir en tu cuaderno de notas.
La transformación de las contracciones energéticas que llamamos dolor requiere atención y presencia.
Cuando prestamos atención a aquello que sentimos incómodo o doloroso, podemos volvernos más conscientes de las sensaciones y los sentimientos, así como de los patrones de pensamiento y las creencias que los alimentan. Entonces podremos empezar a descubrirlos.
Este proceso es extraordinariamente simple, aunque al principio puede resultarnos dificultoso, en parte por falta de ejercitación pero, sobre todo, por toda una vida de entrenamiento en juzgar, resistir y luchar con lo incómodo o doloroso. La creación del cuerpo del dolor pudo habernos llevado toda la vida, pero la transformación de esas contracciones puede producirse en un solo instante.
La vida, ese breve intervalo que media entre el nacimiento y la muerte, puede ser transitado casi por completo en el estado de ensueño y fantasía que crea la mente racional, mientras un mundo maravilloso cambia a cada instante a nuestro alrededor, aun cuando estemos distraídos repasando el pasado o tratando de predecir el futuro. Sin embargo, como la nave a la deriva se beneficia de la luz del faro, podemos experimentar en nuestro cuerpo sensaciones muy intensas si nos sacudimos, aunque sea temporalmente, el sueño en el que estamos sumergidos y salimos al encuentro del poderoso “ahora”.
Cuando experimentamos dolor físico o emocional y dirigimos nuestra atención hacia la zona de nuestro cuerpo que se activa, nos “traemos” a nosotros mismos al momento presente. Es así como el dolor nos devuelve a la vida, que siempre ocurre ahora, en este preciso instante.
¿Acaso deberíamos crear más dolor para liberarnos del sufrimiento?
No. Hay más que suficiente dolor a nuestro alrededor y en nuestras vidas. No es necesario crear todavía un poco más.
El dolor es como un reloj despertador que suena más fuerte cuanto más queremos ignorarlo. Y, si lo silenciamos usando una de las tantas estrategias que conocemos, un tiempo después todo volverá a comenzar, y probablemente con más énfasis.
Lo que resistes persiste y, de hecho, se intensifica.
El dolor puede ser nuestro despertador espiritual: ¡Despierta, ya! Es tiempo de levantarse y vivir una vida real!
A veces un intenso y profundo dolor puede ser un regalo y liberarnos de una vez por todas del sufrimiento.
Místicos y maestros de todas las épocas han reflexionado acerca del poder transformador del dolor, enseñando que tanto el dolor físico como el dolor emocional, pueden ser excelentes oportunidades de ponernos en contacto con lo que está vivo en nosotros y de experimentar lo que somos, al abrirnos a aquello que está más allá del cuerpo.
Ejercicio
§ Presta atención a lo que está vivo en ti y en tu cuerpo. Sin tratar de corregir ni cambiar nada, nota cualquier sensación.
§ Repara en la postura, nota si hay áreas de tensión o relajación. Reconoce si hay alguna incomodidad. Sé curioso, pon tu atención en ella y siéntela realmente.
Ahora, pon algo de esa atención en lo siguiente:
§ ¿Qué o quién en ti está realmente experimentando lo que está siendo experimentado?
§ Sin perder la conexión con las sensaciones del cuerpo, concéntrate en esa experiencia sin cambiarla. En otras palabras, sé la experiencia de este momento. Así abordado, el cuerpo puede ser un portal hacia la realidad.
Lamentablemente, muchas enseñanzas espirituales ignoran o niegan el cuerpo, en lugar de abrazar la vida que allí se desarrolla. Y, la lucha acarrea resistencia, y esta arrastra más y más sufrimiento, haciéndolo perdurable.
El dolor es una señal de alerta acerca de un fenómeno más profundo. Tenemos que escuchar lo que tiene para decir y enseñarnos.
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Juana María Martínez Camacho
Terapeuta Transpersonal
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