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sábado, 6 de agosto de 2016

Epigenética y emociones (Joe Dispenza)


Los genes: recuerdos del entorno del pasado

El cuerpo es una fábrica productora de proteínas. Las células musculares generan proteínas musculares llamadas actina y miosina, las células de la piel crean células epidérmicas llamadas colágeno y elastina, y las células estomacales producen proteínas estomacales llamadas enzimas.
La mayoría de las células del cuerpo producen proteínas y los genes son lo que utilizan para crearlas. Expresamos unos determinados genes a través de células que producen unas proteínas en particular.

La mayor parte de organismos se adaptan a las condiciones ambientales por medio de cambios genéticos graduales. Por ejemplo, cuando un organismo se enfrenta a unas condiciones ambientales muy duras, como temperaturas extremas, depredadores peligrosos, presas rápidas, vientos destructores, corrientes fuertes u otros factores, se ve obligado a superar los aspectos adversos de su mundo para sobrevivir.

Como los organismos almacenan todas estas experiencias en los circuitos del cerebro y en las emociones de su cuerpo, van cambiando con el paso del tiempo.
Si los leones intentan cazar presas demasiado rápidas, al tener las mismas experiencias durante generaciones, desarrollan unas patas más largas, unos dientes más afilados o un corazón más grande.

Todos estos cambios son producto de los genes fabricando proteínas que modifican el cuerpo para que se adapte al entorno.

Numerosas especies de insectos han evolucionado adquiriendo la habilidad del camuflaje. Algunos de los que viven en los árboles y las plantas se han adaptado adquiriendo el aspecto de ramitas o pinchos para que los pájaros no los detecten.

El camaleón es probablemente el «camuflador» más conocido y su capacidad de cambiar de color procede de la expresión genética de las proteínas. En estos procesos, los genes almacenan las condiciones del mundo exterior.

La epigenética sugiere que indicamos a los genes que reescriban nuestro futuro.

Nuestros genes son tan cambiantes como nuestro cerebro.


 Recientes investigaciones genéticas revelan que distintos genes se activan en distintos momentos, que siempre están cambiando y siendo influidos.

Existen genes dependientes de las experiencias que se activan cuando se da  el crecimiento, la curación o el aprendizaje, y genes dependientes de estados conductuales que son influidos durante el estrés, la estimulación emocional o el sueño.

Uno de los campos más investigados en la actualidad es la epigenética  (significa literalmente «por encima de la genética»), el estudio de cómo el entorno controla la actividad genética.
 La epigenética contradice el modelo genético tradicional que afirmaba que el ADN controla toda la vida y que la expresión genética tiene lugar dentro de la célula.
Este antiguo conocimiento nos condenaba a un futuro predecible en el que nuestro destino estaba condicionado por la herencia genética y la vida celular estaba predeterminada.

En realidad, los cambios epigenéticos en la expresión del ADN se transmiten a las generaciones futuras.
 Pero ¿cómo se transmiten si el código del ADN sigue siendo el mismo?

La epigenética nos permite pensar en el cambio con más profundidad.
El cambio de paradigma epigenético nos da la libertad de activar la actividad genética y cambiar nuestro destino genético.

Los genes no se encienden ni se apagan, se activan por medio de señales químicas y ellos se expresan a sí mismos de determinadas formas creando diversas proteínas.


Sólo por el mero hecho de cambiar nuestros pensamientos, sentimientos, reacciones emocionales y conductas eligiendo, por ejemplo, un estilo de vida más sano en cuanto a la nutrición y al nivel de estrés,  ya les estamos enviando a las células nuevas señales, y éstas expresan entonces nuevas proteínas sin cambiar el plano genético.

Aunque nuestro código del ADN siga siendo el mismo, en cuanto se activa una célula de una nueva forma al disponer de una nueva información, la célula puede crear miles de variaciones del mismo gen.

Podemos indicarles a nuestros genes que reescriban nuestro futuro.

Al igual que algunas regiones del cerebro no cambian y otras por el contrario tienen mayor plasticidad (son susceptibles a los cambios por medio del aprendizaje y las experiencias), a los genes les pasa lo mismo.

En nuestra genética hay partes que cambian con más facilidad y otras que apenas lo hacen, lo cual significa que cuestan más de activar porque hace más tiempo que existen en nuestra historia genética. Al menos esto es lo que la ciencia afirma en la actualidad.

¿Por qué se activan unos genes en particular y otros no?

Si vivimos siempre en el mismo estado tóxico de ira, en el mismo estado melancólico de depresión, en el mismo estado vigilante de ansiedad o en el mismo estado desmoralizador de baja autoestima, estas señales químicas repetitivas de las que he hablado presionan los mismos botones genéticos que acaban activando ciertas enfermedades.

Las emociones estresantes, activan unos genes en concreto, desregularizando las células (desregularizar se refiere a alterar un mecanismo regulador fisiológico) y creando enfermedades.

Cuando pensamos y sentimos de la misma manera la mayor parte de nuestra vida y memorizamos estos estados, nuestro estado químico interior sigue activando los mismos genes, con lo que continuamos fabricando las mismas proteínas.
Pero el cuerpo no puede adaptarse a estas repetidas demandas y empieza a fallar. Si lo hacemos durante diez o veinte años, los genes comienzan a desgastarse y fabrican proteínas «de mala calidad».



 ¿Qué significa esto?

Piensa en lo que sucede cuando envejecemos. La piel se vuelve fofa porque el colágeno y la elastina están hechos con proteínas de mala calidad.

 ¿Qué les ocurre a los músculos?

Se atrofian. Aunque es lógico que suceda, porque la actina y la miosina también son proteínas.

Emplearé una analogía para que lo entiendas mejor. Las partes metálicas de tu coche se fabrican con una matriz o un molde.
Cada vez que la matriz o el molde se utilizan, son sometidos a unas fuerzas, como el calor y la fricción, que acaban desgastándolos.
Las partes de un coche se construyen con tolerancias que dejan muy poco margen (la variación permitida en las dimensiones de una pieza).
Con el tiempo, esa matriz o ese molde se desgastan hasta el punto de producir partes que no encajan bien con otras.

Al cuerpo le ocurre algo parecido. Debido al estrés o al hábito de estar siempre enojados, asustados, tristes o en otro estado emocional, el ADN y los péptidos utilizados para producir proteínas empezarán a funcionar mal.

El entorno exterior les envía químicamente señales a los genes a través de las emociones de una experiencia. Y si las experiencias de tu vida no cambian, las señales químicas que les envías a los genes tampoco lo hacen. Tus células no reciben ninguna información nueva del mundo exterior.

El modelo cuántico afirma que emocionalmente podemos enviarle señales al cuerpo y alterar una cadena de acontecimientos genéticos sin necesidad de vivir físicamente la experiencia relacionada con esta emoción.

No es necesario ganar una carrera, que nos toque la lotería o que nos asciendan para sentir las emociones producidas por estos acontecimientos.

Puedes crear una emoción sólo con el pensamiento.
Puedes sentirte feliz o agradecido hasta tal punto que el cuerpo empieza a creer que está «viviendo» esa situación en la vida real.
Por esta razón, podemos indicar a nuestros genes que fabriquen nuevas proteínas para que nuestro cuerpo cambie antes de que la situación deseada se materialice.

Nuestras emociones pueden activar unas secuencias genéticas en particular y desactivar otras (ejemplo: se hizo un  experimento con diabéticos insulinodependientes, se dividió en dos grupos,  a un grupo se  les mostro  una película de risa y al otro grupo de experimento, se les mostro  una conferencia aburrida, y se les midió luego y se vio que los valores de insulina variaron notablemente en los que se rieron..)

Al enviarle señales al cuerpo con una nueva emoción, los sujetos que se rieron alteraron su química interior para cambiar la expresión de sus genes.

A veces se da un cambio repentino y espectacular en la expresión genética: ¿Has oído hablar de personas a las que el cabello se les vuelve blanco de la noche a la mañana tras vivir unas condiciones de lo más estresantes?
Es un ejemplo de genes actuando.
Tuvieron una reacción emocional tan fuerte que la química alterada de su cuerpo activó los genes encargados de la expresión del pelo blanco y desactivó los de la expresión del color normal en cuestión de horas. Enviaron unas señales a nuevos genes de nuevas formas al alterar, primero emocionalmente y luego químicamente, su mundo interior.

¿Puedes elegir una posibilidad del campo cuántico (ya existen todas las posibilidades en él) y sentir emocionalmente una situación futura antes de que se materialice? ¿Puedes hacerlo tantas veces que adiestres emocionalmente a tu cuerpo con una nueva mente, enviando señales a nuevos genes de una nueva forma?

Si lo logras, es muy probable que empieces a conformar y moldear tu cerebro y tu cuerpo en una nueva expresión... para que cambien físicamente antes de que la posible realidad deseada se manifieste.

Cambia tu cuerpo sin mover un dedo.

Si podemos cambiar el cerebro con nuestros pensamientos, ¿qué efectos tendrá sobre el cuerpo, si es que tiene alguno?
Mediante el simple proceso de repetir mentalmente una actividad, podemos obtener grandes beneficios sin mover un dedo.



Cuando el cuerpo cambia física/biológicamente como si la experiencia hubiera sucedido, aunque sólo la hayamos realizado con el pensamiento o el esfuerzo mental, desde una perspectiva cuántica demuestra que la situación ya ha ocurrido en nuestra realidad.
Si el cerebro actualiza su configuración como si la experiencia ya hubiera sucedido físicamente, y el cuerpo cambia genética o biológicamente (demuestra que ya  ha ocurrido), y ambos cambian sin «hacer» nosotros nada en las tres dimensiones, en este caso significa que la situación ha ocurrido tanto en el mundo cuántico de la conciencia como en el mundo de la realidad física.

Cuando visualizas mentalmente una realidad futura deseada una y otra vez hasta que el cerebro cambia físicamente como si ya la hubiera vivido, y la sientes emocionalmente tantas veces que el cuerpo cambia como si ya la hubiera experimentado, no te detengas... ¡porque es cuando la situación te encuentra!- Y llega del modo más inesperado, lo cual te demuestra que ha surgido de tu relación con una conciencia superior, y este descubrimiento te inspira a hacerlo una y otra vez.

En el presente es donde existen simultáneamente todas las posibilidades en el campo cuántico.

Cuando estamos presentes, vivimos «el momento», podemos ir más allá del espacio y el tiempo, y hacer realidad cualquiera de estas posibilidades.
Pero cuando vivimos en el pasado, no existe ninguna de estas nuevas posibilidades.

Has aprendido que cuando los seres humanos intentamos cambiar reaccionamos como adictos, porque nos volvemos adictos a nuestros estados químicos  habituales. Cuando tienes una adicción es casi como si el cuerpo poseyera una mente propia.
A medida que las situaciones del pasado provocan la misma respuesta química que la del episodio original, tu cuerpo cree estar reviviéndolo. Y en cuanto lo adiestras con este proceso a ser la mente subconsciente, el cuerpo es el que lleva la batuta, se convierte en la mente y, por lo tanto, puede, en cierto sentido, “pensar”.
El cuerpo se convierte en la mente por medio del ciclo de pensar y sentir, y sentir y pensar. Pero con los recuerdos del pasado también ocurre lo mismo.



El proceso es el siguiente:

Vivimos una experiencia con una carga emocional. Después tenemos un pensamiento sobre este episodio. El pensamiento se convierte a su vez en un recuerdo que reproduce de forma  refleja la emoción de la experiencia.
Si seguimos pensando en aquel recuerdo de manera repetida, el pensamiento, el recuerdo y la emoción acaban fusionándose en una sola cosa y «memorizamos» la emoción.

Ahora vivir en el pasado ya es un proceso más subconsciente que consciente.

El subconsciente se ocupa de la mayoría de procesos físicos y mentales que tienen lugar mecánicamente. La mayor parte de esta actividad sirve para que el cuerpo siga funcionando.

Los científicos se refieren a este sistema regulador como el sistema nervioso autónomo. No necesitamos pensar en respirar, en hacer que el corazón siga latiendo, en subir o bajar la temperatura corporal ni en ninguno de los otros millones de procesos que ayudan al cuerpo a mantener el orden y a curarse.

Es evidente lo peligroso que puede ser ceder a este sistema automático el control de las respuestas emocionales diarias desencadenadas por nuestros recuerdos y el entorno.
Esta serie subconsciente de respuestas rutinarias se han comparado de formas muy diversas con un piloto automático y con los programas automáticos de un ordenador.
Estas analogías intentan mostrarnos que bajo la mente consciente hay algo que controla nuestra conducta.

Piensa en Pavlov y sus perros. En la última década del siglo xIx un joven científico ruso ató varios perros a una mesa, tocó una campanilla y luego les dio una sabrosa comida.
Con el tiempo, después de ser puestos muchas veces al mismo estímulo, los perros se ponían a salivar al oír la campanilla.
Es la llamada respuesta condicionada y este proceso es automático.
¿Por qué? Porque el cuerpo empieza a responder de manera autónoma (se encarga  el sistema nervioso autónomo).

La cascada de reacciones químicas desencadenadas en cuestión de milisegundos cambia el cuerpo fisiológicamente, y ello ocurre a nivel subconsciente sin que apenas nos demos cuenta o de manera automática.

Es una de las razones por las que nos cuesta tanto cambiar.

Aunque  creamos vivir en el presente, el cuerpo-mente subconsciente está viviendo  en el pasado. Si esperamos que suceda en el futuro una situación previsible basándonos en un recuerdo del pasado, estamos viviendo como  esos canes.
Una experiencia vivida con alguien o algo en particular en un determinado momento y lugar nos hace responder fisiológicamente de manera automática (o autónoma).

En cuanto abandonamos las adicciones emocionales procedentes del pasado, ya no habrá nada que active los programas automáticos del antiguo yo.

Así pues, es lógico que aunque «pensemos» o «creamos» vivir en el presente lo más probable es que nuestro cuerpo esté viviendo en el  pasado.



Por desgracia, para la mayoría de las personas, como el cerebro funciona mediante la repetición y la asociación de ideas, no es necesario vivir un gran trauma para que el cuerpo se “convierta en la mente”, responda con los automatismos. Los desencadenantes más pequeños pueden producirnos respuestas emocionales que nos parecen incontrolables.

Un estado de ánimo es un estado químico del ser, por lo general de corta duración, la expresión de una prolongada reacción emocional.

Algo en tu entorno desencadena una respuesta emocional.
Como las sustancias químicas de esta emoción no se usan al instante, sus efectos duran un rato. Se llama periodo refractario, es el tiempo que abarca desde el inicio de la liberación de estas sustancias hasta que el efecto disminuye.
Cuanto más dure el periodo refractario, más se experimentan esos sentimientos.
Cuando el periodo químico refractario de una reacción emocional dura horas o días, es ya un estado de ánimo.

¿Qué ocurre si este estado de ánimo persiste?

A partir de aquel día no has estado de demasiado buen humor y ahora durante la reunión de trabajo, al echar un vistazo a tu alrededor, lo único que se te ocurre es que alguien lleva una corbata horrenda y que el tono nasal de tu jefe es peor que el chirrido de unas uñas arañando una pizarra.

Cuando llegas a este punto, ya no es sólo un estado de ánimo, sino que estás reflejando un temperamento, la tendencia a expresar de forma habitual una emoción a través de determinadas conductas.
Un temperamento  es una reacción emocional con un periodo refractario que dura de semanas a meses.
Pero cuando el periodo refractario de una emoción dura meses y años, esta tendencia se transforma en un rasgo de personalidad.
En este punto los demás te describen como un «amargado», «resentido», «iracundo » o «criticón».
Los rasgos de nuestra personalidad suelen basarse en emociones pasadas.
La mayoría de las veces la personalidad (cómo pensamos, actuamos y sentimos) está anclada en el pasado.

Por eso, para poder cambiar nuestra personalidad, debemos cambiar las emociones memorizadas.


Dejar de vivir en el pasado.

Hay otra cosa que nos impide cambiar. Quizá también estemos acostumbrando al cuerpo a ser la mente para vivir un futuro previsible, basado en el recuerdo de un pasado conocido, con lo que nos perdemos el precioso «ahora».

Como ya sabes, podemos acostumbrar al cuerpo a vivir en el futuro.
Aunque, claro está, esto puede servirnos para mejorar nuestra vida, como cuando nos concentramos en una nueva experiencia, si nos concentramos en una situación futura deseada y planeamos cómo nos prepararemos o comportaremos, llega un momento en que vemos ese posible futuro con tanta claridad y concreción que nuestro pensamiento empieza a transformarse en la experiencia. En cuanto el pensamiento se convierte en la experiencia, genera una emoción.

Cuando empezamos a sentir la emoción de una situación antes de que ésta se materialice, el cuerpo (como mente inconsciente) comienza a responder como si la situación ya estuviera sucediendo.



Pero ¿qué ocurre si empezamos a anticipar una experiencia futura no deseada o incluso nos obsesionamos con el peor de los escenarios, basándonos en un recuerdo del pasado?

Seguimos programando el cuerpo para que experimente una situación futura antes de que ésta ocurra.
Ahora el cuerpo ya no vive en el presente o en el pasado, sino en el futuro, pero en un futuro basado en alguna construcción del pasado.
Cuando esto ocurre, el cuerpo no sabe distinguir la situación real de la imaginada.
Como creemos que lo más probable es que esa situación imaginada nos pase en la vida, el cuerpo se prepara para ella. Y empieza a vivirla de una forma muy real.

En lugar de “obsesionarte” con una situación traumática o estresante que temes vivir en el futuro, basándote en tu experiencia del pasado, enfócate en una nueva experiencia deseada que aún no hayas sentido emocionalmente.

Permítete vivir ahora en ese posible nuevo futuro, hasta el extremo que tu cuerpo acepte o crea estar sintiendo las elevadas emociones que la situación te producirá en el presente.
                                                                          Joe Dispenza (Deja de ser tu)




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