El
cerebro emocional: cerebro límbico
El cerebro límbico
controla las emociones y la fisiología del cuerpo. El cerebro límbico está
constituido por las capas más profundas del cerebro humano. De hecho es un
<<cerebro en el interior del cerebro>>
La organización del
cerebro emocional es bastante más simple que la del neocórtex. A diferencia de
lo que sucede en este último, la mayoría de las áreas del cerebro límbico no
están organizadas en capas regulares de neuronas que permiten el tratamiento de
la información, sino que las neuronas están más bien amalgamadas. A causa de
esta estructura más rudimentaria, el tratamiento de la información por parte
del cerebro emocional es mucho más primitivo que el efectuado por el neocórtex.
Pero es más rápido y está más adaptado a reacciones esenciales para la
supervivencia. Por esta razón, por ejemplo,
en la penumbra de un bosque, un pedazo de madera en el suelo puede
parecer una serpiente y desencadenar una reacción de temor. Antes de que el
resto del cerebro pueda completar el análisis y concluir que se trataba de un
objeto inofensivo, el cerebro emocional desencadenará, basándose en informes
muy parciales y a menudo incorrectos, la reacción de supervivencia que le
parezca más adecuada.

El cerebro límbico es
un centro de control que recoge continuamente informaciones provenientes de
distintas partes del cuerpo y que responde de manera apropiada controlando el
equilibrio fisiológico: la respiración, el ritmo cardíaco, la tensión arterial,
el apetito, el sueño, la líbido, la secreción de hormonas, e incluso el
funcionamiento del sistema inmunitario, están bajo sus órdenes. El papel del
cerebro límbico parece ser mantener las diferentes funciones en equilibrio, el
estado de homeostasis: el equilibrio dinámico que nos mantiene con vida. Desde
este punto de vista, nuestras emociones
no son más que la experiencia consciente de un largo conjunto de reacciones
fisiológicas que regulan y ajustan continuamente la actividad de los sistemas
biológicos del cuerpo a los imperativos del entorno interno y externo.
El cerebro emocional mantiene, pues, casi una
mayor intimidad con el cuerpo que con el cerebro cognitivo. Y por esta razón
suele ser más fácil acceder a las
emociones a través del cuerpo que mediante la palabra.
Debido
a su estrecha relación con el cuerpo, suele
resultar más fácil actuar sobre el cerebro emocional a través del cuerpo que
mediante el lenguaje.
El
neo córtex o cerebro cognitivo
El cerebro cortical
controla la cognición, el lenguaje y el razonamiento. El neocórtex, la “corteza
nueva”, es la superficie plisada que da al cerebro su apariencia tan
característica. También es la envoltura que rodea al cerebro emocional. Se
encuentra en la superficie pues, desde el punto de vista evolutivo, es la capa
más reciente. Está constituido por seis estratos distintos de neuronas,
regulares y organizadas para un óptimo tratamiento de la información, como en
un microprocesador. Esta organización es la que confiere al cerebro su
excepcional capacidad para tratar la información. Aunque sigue siendo muy
difícil programar los ordenadores para que reconozcan los rostros humanos en
todas las condiciones de iluminación y orientación, el neocórtex lo logra sin
dificultad en pocos milisegundos. En el campo de la audición, sus complejas capacidades
de tratamiento del sonido le permiten diferenciar, incluso antes de nacer,
entre el lenguaje materno y cualquier otro lengua extraña.
En el hombre, la parte del neocórtex que se
halla tras la frente, por encima de los ojos, bautizada como <<córtex o
corteza anterior>>, está especialmente desarrollada. Mientras que el
tamaño del cerebro emocional es casi el mismo de una especie a otra (teniendo
en cuenta, claro está, las diferencias de tamaño), el córtex anterior presenta
en el hombre una proporción mucho mayor del cerebro que en los demás animales.
Gracias a la
intermediación del córtex anterior, el neocórtex se ocupa de la atención, la
concentración, la inhibición de los impulsos e instintos, el ordenamiento de
las relaciones sociales y, como demostró Damasio, el comportamiento moral.
Sobre todo es el que establece los planes de futuro a partir de símbolos que no
están presentes en el espíritu, es decir, sin que la información resulte
aparente para la vista o la tengamos entre manos. Atención, concentración,
reflexión, planificación, comportamiento moral: el neocórtex –nuestro cerebro
cognitivo- es un componente esencial de nuestra humanidad.
Cuando
hay entendimiento entre ambos cerebros
Los dos cerebros,
emocional y cognitivo, perciben la información proveniente del mundo exterior
más o menos a la vez. A partir de ahí, pueden bien cooperar, o disputarse el
control del pensamiento, de las emociones y del comportamiento. El resultado de
esta interacción –cooperación o competición- es lo que determina lo que
sentimos, nuestra relación con el mundo y con los demás. Las diversas formas de
competición nos hacen desgraciados.
Por el contrario,
cuando el cerebro emocional y el cognitivo se complementan, uno para dar
dirección a lo que queremos vivir (el emocional), y el otro para hacernos
avanzar por ese camino de la manera más inteligente posible (el cognitivo),
sentimos una armonía inferior –un <<estoy ahí donde quiero estar en mi
vida>>- que sustenta todas las experiencias duraderas de bienestar.
El
cortocircuito emocional
La evolución conocía cuales eran sus
prioridades. Y la evolución es ante todo una cuestión de supervivencia y de
transmisión de nuestros genes de una generación a la siguiente. Sea cual fuere
la complejidad del cerebro que se ha ido conformado en el transcurso de varios
millones de años, sea cuales fueren sus prodigiosas capacidades de
concentración, abstracción, de reflexión sobre sí mismo, si nos impidiesen
detectar la presencia de un tigre o de un enemigo, o no nos permitieran
reconocer la presencia de una compañía sexual apropiada y, por tanto, una
ocasión de reproducirnos, nuestra especie se habría extinguido hace ya mucho.
Por fortuna, el
cerebro emocional vela permanentemente. Se encarga de vigilar el entorno, en
segundo plano. Cuando detecta un peligro o una oportunidad excepcional desde el
punto de vista de la supervivencia –un posible compañero sexual, un territorio,
un bien material útil-, desencadena de inmediato una alarma que anula en pocos
milisegundos todas las operaciones del cerebro cognitivo e interrumpe su
actividad. Eso permite que el cerebro, en su conjunto, se pueda concentrar
instantáneamente en lo que resulta esencial para la supervivencia.

Éste es el mecanismo que nos ayuda, cuando conducimos,
a detectar, de manera inconsciente, un camión que viene en nuestra dirección,
cuando nos hallamos enfrascados en una conversación con el pasajero. El cerebro
emocional descubre el peligro y, a continuación, centra nuestra atención hasta
que el peligro desaparece. También es él el que interrumpe la conversación
entre dos hombres en la terraza de una cafetería cuando en su campo de visión
irrumpe una seductora minifalda. Y también es él el que silencia a los padres
en un parque cuando perciben por el rabillo del ojo que un perro desconocido se
acerca a su hijo.
El equipo de Patricia
Goldman-Rakic, de la Universidad de Yale, ha demostrado que el cerebro
emocional tiene la capacidad de “desconectar” el córtex anterior, la parte más
avanzada del cerebro cognitivo.
Bajo el efecto de un estrés importante, el córtex anterior
deja de responder y pierde la capacidad de guiar el comportamiento. De repente,
los que toman la iniciativa son los reflejos y las acciones instintivas. Mas
rápidos y cercanos a nuestra herencia genética, la evolución les ha dotado de
prioridad en las situaciones urgentes, como si estuviesen mejor dotados para
guiarnos que las reflexiones abstractas cuando lo que está en juego es la vida.
En las condiciones de vida casi animales de nuestros antepasados, este sistema
de alarma era algo esencial. Varios cientos de miles de años tras la aparición
del Homo sapiens, nos sigue resultando prodigiosamente útil en la vida
cotidiana.
No obstante, cuando nuestras emociones son
demasiado intensas, esta preeminencia del cerebro emocional sobre el cognitivo
empieza a dominar nuestro funcionamiento mental. Perdemos entonces el control
del flujo de nuestros pensamientos y nos tornamos incapaces de actuar en
función de nuestro mejor interés a largo plazo. Eso es lo que nos sucede cuando
nos sentimos “irritables” tras una contrariedad, en el transcurso de una
depresión, o como consecuencia de un traumatismo emocional más grave. Eso es
también lo que explica el “temperamento demasiado sensible” de aquellas
personas que ha padecido abusos físicos, sexuales, o incluso simplemente
emocionales.
En la práctica
médica, se pueden hallar dos ejemplos corrientes de este cortocircuito
emocional. El primero es el que se denomina <<estado de estrés postraumático>>
(EEPT): a consecuencia de un traumatismo grave –por ejemplo, una violación o un
terremoto-, el cerebro emocional se comporta como un centinela leal y
consciente de que se hubiera dejado sorprender. Desencadena la alarma con mayor
frecuencia, como si fuese incapaz de asegurar la ausencia de todo peligro.
El segundo ejemplo
corriente es el de los ataques de ansiedad, que en psiquiatría también se
llaman ataques de pánico.
El cerebro límbico toma repentinamente el control de todas las
funciones del cuerpo: el corazón late a toda velocidad, el estómago se anuda,
manos y piernas tiemblan, el sudor perla todo el cuerpo. Al mismo tiempo, las
funciones cognitivas son aniquiladas por la subida de adrenalina. El cerebro
cognitivo no percibirá razón alguna para un estado de alarma tal, pues
permanecerá “desconectado” por la adrenalina, siendo incapaz de organizar una
respuesta coherente frente a la situación.
Las personas que han padecido
ataques de este tipo lo describen muy bien: “Mi cerebro estaba como vacío; no
podía pensar. Las únicas palabras de las que era consciente eran: “Estás a
punto de morir; llama a una ambulancia. ¡Deprisa!”.
Por el contrario, el
cerebro cognitivo controla la atención consciente, la capacidad de atemperar las reacciones
emocional antes de que se tornen desproporcionadas. Esta regulación de las
emociones por parte del cognitivo nos libera de lo que podría ser una tiranía
de las emociones y una vida totalmente dirigida por instintos y reflejos.
Pero la cuchilla del control cognitivo de las
emociones tienen dos filos: si se utiliza demasiado puede acabar perdiéndose el
contacto con las llamadas de socorro del cerebro emocional. Pueden apreciarse
los efectos de esta supresión excesiva en las personas que han aprendido, de
niños, que sus emociones no eran aceptables, siendo el cliché por excelencia en
la materia la exhortación tantas veces escuchada entre hombres: <<Los
chicos no lloran>>.
Un control exagerando
de las emociones también puede dar paso a un temperamento no suficientemente
sensible. Un cerebro que no deja que la información emocional desempeñe su
papel se enfrenta a otros problemas. Por una parte resulta mucho más difícil
tomar decisiones porque no se siente preferencia alguna “en el fuero interno”,
es decir, en el corazón y el vientre, las partes del cuerpo que ofrecen un eco
“visceral” a las emociones.
Por esta razón se ve a los intelectuales un poco
demasiado “dotados”- a menudo hombres- perderse en consideraciones infinitas de
detalles cuando se trata de elegir entre dos coches, por ejemplo, o incluso
entre dos cámaras fotográficas.
La separación entre
el cerebro cognitivo y el cerebro emocional comporta una capacidad
extraordinaria para no percibir las pequeñas señales de alarma de nuestro
sistema límbico.
Siempre encontramos
buenas razones para encerrarnos en un matrimonio o en una profesión que en
realidad nos hacen sufrir, violentando a diario nuestros valores más profundos.
Pero eso no se arregla haciendo oídos sordos a una desazón subyacente. Como el
cuerpo es el principal campo de acción del cerebro emocional, este callejón sin
salido se traduce en problemas físicos. Los síntomas son las clásicas
enfermedades del estrés: la fatiga inexplicable, la hipertensión arterial, los
catarros y otras infecciones repetitivas, las enfermedades cardíacas, los
trastornos intestinales y los problemas de la piel. Investigadores de Berkeley
han llegado incluso a sugerir hace poco que lo que más pesa sobre nuestro
corazón y arterias es la supresión
de las emociones negativas por parte del cerebro cognitivo, y no las emociones negativas en sí mismas.

Para
vivir en armonía en la sociedad humana hay que alcanzar y mantener un
equilibrio entre nuestras reacciones emocionales inmediatas –instintivas- y las
respuestas racionales que preservan los vínculos sociales a largo plazo.
La inteligencia
emocional se expresa al máximo cuando los dos sistemas del cerebro –el cortical
y el límbico- cooperan en todo momento.
En este estado, los
pensamientos, decisiones y gestos, se ajustan y fluyen de manera natural, sin
que prestemos una atención particular.
En este estado,
sabemos qué elección tomar en cada instante, y vamos en pos de nuestros
objetivos sin esfuerzo con una concentración natural, porque nuestras acciones
están en línea con nuestros valores.
Este estado de bienestar es a lo que aspiramos
continuamente: la manifestación de la armonía perfecta entre el cerebro
emocional, que proporciona la energía y la dirección, y el cerebro cognitivo,
que organiza su ejecución.
David Servan