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jueves, 7 de abril de 2016

Para qué tenemos Sensaciones- Emociones- Sentimientos?


Las sensaciones, emociones y sentimientos son parte de nuestro equipo biológico y tienen distintas finalidades, algunas en función de la sobrevivencia y otras más en función del desarrollo.
Unas de éstas son tan antiguas como el ser humano mismo, otras son producto del desarrollo de nuestra especie a través de los siglos, pero forman parte de la riqueza genética que traemos al llegar al mundo.

Según Myriam Polit, las principales funciones que tienen las sensaciones, emociones y sentimientos son:

1. Informan sobre  cómo está siendo vivenciada la relación entre el individuo y su entorno. Son evaluaciones, automáticas o reflexivas, sobre el significado de las situaciones con respecto a nuestro bienestar.

2.  Nos permiten saber, con más o menos buen criterio, cómo responder a los acontecimientos, a las situaciones que estamos experimentando. Este criterio va siendo más certero conforme la persona tiene un mejor nivel de madurez y de experiencia. Nos informan tanto de lo amenazante, tóxico y destructivo, como de lo que es atractivo, nutricio y constructivo.

3. Nos señalan la presencia de una necesidad. Así, cuando surge el miedo, nos está avisando que debemos protegernos; cuando emerge el enojo nos dice que hay que defendernos; cuando se trata de sentimientos más complejos nos están avisando de necesidades también más complejas.

4. Nos informan de aquello que nos es significativo, de aquello que nos interesa.

5. Nos organizan para la acción. Nos capacitan para responder con rapidez ante hechos que nos parecen importantes y que tienen que ver con nuestra supervivencia -como cuando escuchamos un estruendo, en forma rápida buscamos alejarnos y protegernos-. Pero aun en sentimientos que no requieren de una respuesta tan rápida nos permiten encaminarnos a acciones consecuentes con ellos. Por ejemplo, sentirnos amorosos nos facilita la colaboración y el acercamiento.

6. Nos motivan. Las sensaciones, las emociones y lo sentimientos nos mueven, nos disponen a hacer cosas con respecto a lo que sentimos. Nos esforzamos constantemente para sentirnos mejor o para alargar los estados placenteros. Nos impulsan a ir hacia aquello que nos hace sentir bien y alejarnos de lo que nos hace sentir mal.

7. Comunican. Especialmente a través de la expresión no verbal. Es así como otros pueden captarnos y cómo podemos captar a otros sin palabras. Nos permiten percibir inconsistencias entre lo verbal y lo no verbal. Las emociones son terriblemente indiscretas para bien y para mal, ya que nos comunican lo que realmente nos importa.

 8. Le dan sabor a la vida. Si no fuera por la posibilidad de sentir no habría sufrimiento ni dicha, no existiría deseo, no cabría la tragedia ni la gloria de la condición humana. Sentir es el proceso de estar siendo.

 9. Clarifican al pensamiento y la toma de decisiones. La cognición pura, sin la ayuda de lo emocional, frecuentemente no es capaz de dar soluciones adecuadas a los problemas. A menudo, a través de las emociones, se perciben mucho más perspicazmente ciertos detalles de la situación como lo haríamos de otra manera. Los sentimientos son grandes sintetizadores de la experiencia.

10. Son generadores de comportamientos éticos. Si no fuese por sentimientos tales como el arrepentimiento, el afecto, la solidaridad, la compasión, la simpatía, etc., la vida social armónica sería imposible. No habría altruismo, ni bondad, ni censura. Parece que los sentimientos fueron el cimiento necesario para los comportamientos éticos mucho antes de que los seres humanos empezaran la construcción deliberada de normas inteligentes de conducta social, que pudo haber comenzado como parte de un programa global de biorregulación.


Las emociones son, en esencia, impulsos que nos llevan a actuar, programas de reacción automática con los que nos ha dotado la evolución. La misma raíz etimológica de la palabra emoción proviene del verbo latino movere (que significa «moverse») más el prefijo «e-», significando algo así como «movimiento hacia» y sugiriendo, de ese modo, que en toda emoción hay implícita una tendencia a la acción.

Es la reacción más primaria y espontánea ante lo que ocurre en el entorno. Genéticamente venimos equipados con ellas, es la reacción psicológica más elemental que busca la supervivencia por encima de todo. En este sentido compartimos las mismas emociones con los demás mamíferos de este planeta.
 Basta con observar a los niños o a los animales para darnos cuenta de que las emociones conducen a la acción; es sólo en el mundo «civilizado» de los adultos en donde nos encontramos con esa extraña anomalía del reino animal en la que las emociones —los impulsos básicos que nos incitan a actuar— parecen hallarse divorciadas de las reacciones.

Las emociones son estructuras funcionales netamente diferenciadas, dan información sobre el estado de la relación organismo-entorno.
La emoción es una reacción espontánea del organismo, por lo mismo es amoral.

No podemos dejar de sentir lo que sentimos, ni de necesitar lo que necesitamos. Lo que si podemos hacer es ejercer nuestra libertad en la elección de lo que queremos hacer con ello.
 Es también la evaluación de la situación por parte del organismo, que sirve de fundamento para los mecanismos básicos de la regulación de la vida, y que está fundamentalmente al servicio de la supervivencia.

No es saludable negar lo que sentimos y lo que necesitamos, tarde o temprano pagamos, a nivel físico y psicológico, las consecuencias; tampoco es deseable una vida invadida por una emocionalidad descontrolada, pues ésta también es producto de negación y represión.
No puede haber comportamiento ético si la emoción se bloquea, ésta nos permite tener noción de la existencia del otro; la emoción nos da pistas, a veces muy certeras, de lo que ocurre en relación con el entorno, de lo que realmente queremos a nivel total de nuestro ser. Intentar disminuir o quitar la emoción es condenarnos a perder nuestra humanidad.


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Juana Ma. Martínez Camacho
Terapeuta Transpersonal
(Escuela Española de Desarrollo Transpersonal)
Especialista en Bioneuroemoción
(Instituto Español de Bioneuroemoción)
Facilitadora Internacional CMR (Liberación de la Memoria Celular)
(Cellular Memory Release)

www.centroelim.org                           Telf. 653-936-074
                            



lunes, 4 de abril de 2016

Equilibrio entre cerebro emocional y cerebro cognitivo


El cerebro emocional: cerebro límbico

El cerebro límbico controla las emociones y la fisiología del cuerpo. El cerebro límbico está constituido por las capas más profundas del cerebro humano. De hecho es un <<cerebro en el interior del cerebro>>

La organización del cerebro emocional es bastante más simple que la del neocórtex. A diferencia de lo que sucede en este último, la mayoría de las áreas del cerebro límbico no están organizadas en capas regulares de neuronas que permiten el tratamiento de la información, sino que las neuronas están más bien amalgamadas. A causa de esta estructura más rudimentaria, el tratamiento de la información por parte del cerebro emocional es mucho más primitivo que el efectuado por el neocórtex. Pero es más rápido y está más adaptado a reacciones esenciales para la supervivencia. Por esta razón, por ejemplo,  en la penumbra de un bosque, un pedazo de madera en el suelo puede parecer una serpiente y desencadenar una reacción de temor. Antes de que el resto del cerebro pueda completar el análisis y concluir que se trataba de un objeto inofensivo, el cerebro emocional desencadenará, basándose en informes muy parciales y a menudo incorrectos, la reacción de supervivencia que le parezca más adecuada.


El cerebro límbico es un centro de control que recoge continuamente informaciones provenientes de distintas partes del cuerpo y que responde de manera apropiada controlando el equilibrio fisiológico: la respiración, el ritmo cardíaco, la tensión arterial, el apetito, el sueño, la líbido, la secreción de hormonas, e incluso el funcionamiento del sistema inmunitario, están bajo sus órdenes. El papel del cerebro límbico parece ser mantener las diferentes funciones en equilibrio, el estado de homeostasis: el equilibrio dinámico que nos mantiene con vida. Desde este punto de vista, nuestras emociones no son más que la experiencia consciente de un largo conjunto de reacciones fisiológicas que regulan y ajustan continuamente la actividad de los sistemas biológicos del cuerpo a los imperativos del entorno interno y externo.

 El cerebro emocional mantiene, pues, casi una mayor intimidad con el cuerpo que con el cerebro cognitivo. Y por esta razón suele ser más fácil acceder a las emociones a través del cuerpo que mediante la palabra.

Debido a su estrecha relación con el cuerpo, suele resultar más fácil actuar sobre el cerebro emocional a través del cuerpo que mediante el lenguaje.




El neo córtex o cerebro cognitivo

El cerebro cortical controla la cognición, el lenguaje y el razonamiento. El neocórtex, la “corteza nueva”, es la superficie plisada que da al cerebro su apariencia tan característica. También es la envoltura que rodea al cerebro emocional. Se encuentra en la superficie pues, desde el punto de vista evolutivo, es la capa más reciente. Está constituido por seis estratos distintos de neuronas, regulares y organizadas para un óptimo tratamiento de la información, como en un microprocesador. Esta organización es la que confiere al cerebro su excepcional capacidad para tratar la información. Aunque sigue siendo muy difícil programar los ordenadores para que reconozcan los rostros humanos en todas las condiciones de iluminación y orientación, el neocórtex lo logra sin dificultad en pocos milisegundos. En el campo de la audición, sus complejas capacidades de tratamiento del sonido le permiten diferenciar, incluso antes de nacer, entre el lenguaje materno y cualquier otro lengua extraña.

 En el hombre, la parte del neocórtex que se halla tras la frente, por encima de los ojos, bautizada como <<córtex o corteza anterior>>, está especialmente desarrollada. Mientras que el tamaño del cerebro emocional es casi el mismo de una especie a otra (teniendo en cuenta, claro está, las diferencias de tamaño), el córtex anterior presenta en el hombre una proporción mucho mayor del cerebro que en los demás animales.

Gracias a la intermediación del córtex anterior, el neocórtex se ocupa de la atención, la concentración, la inhibición de los impulsos e instintos, el ordenamiento de las relaciones sociales y, como demostró Damasio, el comportamiento moral. Sobre todo es el que establece los planes de futuro a partir de símbolos que no están presentes en el espíritu, es decir, sin que la información resulte aparente para la vista o la tengamos entre manos. Atención, concentración, reflexión, planificación, comportamiento moral: el neocórtex –nuestro cerebro cognitivo- es un componente esencial de nuestra humanidad.


Cuando hay entendimiento entre ambos cerebros


Los dos cerebros, emocional y cognitivo, perciben la información proveniente del mundo exterior más o menos a la vez. A partir de ahí, pueden bien cooperar, o disputarse el control del pensamiento, de las emociones y del comportamiento. El resultado de esta interacción –cooperación o competición- es lo que determina lo que sentimos, nuestra relación con el mundo y con los demás. Las diversas formas de competición nos hacen desgraciados.

Por el contrario, cuando el cerebro emocional y el cognitivo se complementan, uno para dar dirección a lo que queremos vivir (el emocional), y el otro para hacernos avanzar por ese camino de la manera más inteligente posible (el cognitivo), sentimos una armonía inferior –un <<estoy ahí donde quiero estar en mi vida>>- que sustenta todas las experiencias duraderas de bienestar.


El cortocircuito emocional

 La evolución conocía cuales eran sus prioridades. Y la evolución es ante todo una cuestión de supervivencia y de transmisión de nuestros genes de una generación a la siguiente. Sea cual fuere la complejidad del cerebro que se ha ido conformado en el transcurso de varios millones de años, sea cuales fueren sus prodigiosas capacidades de concentración, abstracción, de reflexión sobre sí mismo, si nos impidiesen detectar la presencia de un tigre o de un enemigo, o no nos permitieran reconocer la presencia de una compañía sexual apropiada y, por tanto, una ocasión de reproducirnos, nuestra especie se habría extinguido hace ya mucho.

Por fortuna, el cerebro emocional vela permanentemente. Se encarga de vigilar el entorno, en segundo plano. Cuando detecta un peligro o una oportunidad excepcional desde el punto de vista de la supervivencia –un posible compañero sexual, un territorio, un bien material útil-, desencadena de inmediato una alarma que anula en pocos milisegundos todas las operaciones del cerebro cognitivo e interrumpe su actividad. Eso permite que el cerebro, en su conjunto, se pueda concentrar instantáneamente en lo que resulta esencial para la supervivencia.


Éste es  el mecanismo que nos ayuda, cuando conducimos, a detectar, de manera inconsciente, un camión que viene en nuestra dirección, cuando nos hallamos enfrascados en una conversación con el pasajero. El cerebro emocional descubre el peligro y, a continuación, centra nuestra atención hasta que el peligro desaparece. También es él el que interrumpe la conversación entre dos hombres en la terraza de una cafetería cuando en su campo de visión irrumpe una seductora minifalda. Y también es él el que silencia a los padres en un parque cuando perciben por el rabillo del ojo que un perro desconocido se acerca a su hijo.

El equipo de Patricia Goldman-Rakic, de la Universidad de Yale, ha demostrado que el cerebro emocional tiene la capacidad de “desconectar” el córtex anterior, la parte más avanzada del cerebro cognitivo. 
Bajo el efecto de un estrés importante, el córtex anterior deja de responder y pierde la capacidad de guiar el comportamiento. De repente, los que toman la iniciativa son los reflejos y las acciones instintivas. Mas rápidos y cercanos a nuestra herencia genética, la evolución les ha dotado de prioridad en las situaciones urgentes, como si estuviesen mejor dotados para guiarnos que las reflexiones abstractas cuando lo que está en juego es la vida. 

En las condiciones de vida casi animales de nuestros antepasados, este sistema de alarma era algo esencial. Varios cientos de miles de años tras la aparición del Homo sapiens, nos sigue resultando prodigiosamente útil en la vida cotidiana.


 No obstante, cuando nuestras emociones son demasiado intensas, esta preeminencia del cerebro emocional sobre el cognitivo empieza a dominar nuestro funcionamiento mental. Perdemos entonces el control del flujo de nuestros pensamientos y nos tornamos incapaces de actuar en función de nuestro mejor interés a largo plazo. Eso es lo que nos sucede cuando nos sentimos “irritables” tras una contrariedad, en el transcurso de una depresión, o como consecuencia de un traumatismo emocional más grave. Eso es también lo que explica el “temperamento demasiado sensible” de aquellas personas que ha padecido abusos físicos, sexuales, o incluso simplemente emocionales.

En la práctica médica, se pueden hallar dos ejemplos corrientes de este cortocircuito emocional. El primero es el que se denomina <<estado de estrés postraumático>> (EEPT): a consecuencia de un traumatismo grave –por ejemplo, una violación o un terremoto-, el cerebro emocional se comporta como un centinela leal y consciente de que se hubiera dejado sorprender. Desencadena la alarma con mayor frecuencia, como si fuese incapaz de asegurar la ausencia de todo peligro.
El segundo ejemplo corriente es el de los ataques de ansiedad, que en psiquiatría también se llaman ataques de pánico. 

El cerebro límbico toma repentinamente el control de todas las funciones del cuerpo: el corazón late a toda velocidad, el estómago se anuda, manos y piernas tiemblan, el sudor perla todo el cuerpo. Al mismo tiempo, las funciones cognitivas son aniquiladas por la subida de adrenalina. El cerebro cognitivo no percibirá razón alguna para un estado de alarma tal, pues permanecerá “desconectado” por la adrenalina, siendo incapaz de organizar una respuesta coherente frente a la situación.

Las personas que han padecido ataques de este tipo lo describen muy bien: “Mi cerebro estaba como vacío; no podía pensar. Las únicas palabras de las que era consciente eran: “Estás a punto de morir; llama a una ambulancia. ¡Deprisa!”.
Por el contrario, el cerebro cognitivo controla la atención consciente,  la capacidad de atemperar las reacciones emocional antes de que se tornen desproporcionadas. Esta regulación de las emociones por parte del cognitivo nos libera de lo que podría ser una tiranía de las emociones y una vida totalmente dirigida por instintos y reflejos.

 Pero la cuchilla del control cognitivo de las emociones tienen dos filos: si se utiliza demasiado puede acabar perdiéndose el contacto con las llamadas de socorro del cerebro emocional. Pueden apreciarse los efectos de esta supresión excesiva en las personas que han aprendido, de niños, que sus emociones no eran aceptables, siendo el cliché por excelencia en la materia la exhortación tantas veces escuchada entre hombres: <<Los chicos no lloran>>.


Un control exagerando de las emociones también puede dar paso a un temperamento no suficientemente sensible. Un cerebro que no deja que la información emocional desempeñe su papel se enfrenta a otros problemas. Por una parte resulta mucho más difícil tomar decisiones porque no se siente preferencia alguna “en el fuero interno”, es decir, en el corazón y el vientre, las partes del cuerpo que ofrecen un eco “visceral” a las emociones. 

Por esta razón se ve a los intelectuales un poco demasiado “dotados”- a menudo hombres- perderse en consideraciones infinitas de detalles cuando se trata de elegir entre dos coches, por ejemplo, o incluso entre dos cámaras fotográficas.
La separación entre el cerebro cognitivo y el cerebro emocional comporta una capacidad extraordinaria para no percibir las pequeñas señales de alarma de nuestro sistema límbico.

Siempre encontramos buenas razones para encerrarnos en un matrimonio o en una profesión que en realidad nos hacen sufrir, violentando a diario nuestros valores más profundos. Pero eso no se arregla haciendo oídos sordos a una desazón subyacente. Como el cuerpo es el principal campo de acción del cerebro emocional, este callejón sin salido se traduce en problemas físicos. Los síntomas son las clásicas enfermedades del estrés: la fatiga inexplicable, la hipertensión arterial, los catarros y otras infecciones repetitivas, las enfermedades cardíacas, los trastornos intestinales y los problemas de la piel. Investigadores de Berkeley han llegado incluso a sugerir hace poco que lo que más pesa sobre nuestro corazón y arterias es la supresión de las emociones negativas por parte del cerebro cognitivo,  y no las emociones negativas en sí mismas.


Para vivir en armonía en la sociedad humana hay que alcanzar y mantener un equilibrio entre nuestras reacciones emocionales inmediatas –instintivas- y las respuestas racionales que preservan los vínculos sociales a largo plazo.

La inteligencia emocional se expresa al máximo cuando los dos sistemas del cerebro –el cortical y el límbico- cooperan en todo momento.
En este estado, los pensamientos, decisiones y gestos, se ajustan y fluyen de manera natural, sin que prestemos una atención particular.
En este estado, sabemos qué elección tomar en cada instante, y vamos en pos de nuestros objetivos sin esfuerzo con una concentración natural, porque nuestras acciones están en línea con nuestros valores.


Este estado de bienestar es a lo que aspiramos continuamente: la manifestación de la armonía perfecta entre el cerebro emocional, que proporciona la energía y la dirección, y el cerebro cognitivo, que organiza su ejecución.
                                                   David Servan


viernes, 25 de marzo de 2016

Cómo cambiar nuestra percepción en las relaciones y aprender a cubrir nuestras necesidades?


Todos tenemos un tema "dramático principal" en nuestra vida. Este tema que se repite una y otra vez desde que abandonamos la infancia. En general, este tema permanece oculto para nosotros hasta que tenemos la suficiente conciencia como para verlo y hacer algo al respecto. Y en este tema se halla involucrada nuestra definición inconsciente del amor, que quedó impresa en nuestro cuerpo emocional a través de la relación que mantuvimos con nuestros padres y de la observación del tipo de relación que ellos mantenían entre sí.

Pero ésta no es nuestra definición adulta del amor; es la definición errónea del amor que aprendió nuestro yo infantil, una definición que se impone implacablemente en nuestra vida adulta en contra, al parecer, de nuestras mejores intenciones.
 Nuestra definición inconsciente del amor se filtra en todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida adulta, pero se revela con más claridad en lo referente a nuestras relaciones íntimas.

El examen de los resultados de nuestras relaciones íntimas fracasadas revelará efectivamente cuál es nuestra definición inconsciente del amor,  pues nuestro deseo de amor y nuestro deseo de intimidad van de la mano.
Si nuestras relaciones íntimas primarias (aquellas que tuvimos con nuestros padres) fueron problemáticas, este hecho quedará claramente reflejado en las relaciones íntimas que tengamos con nuestras parejas. Esta definición inconsciente del amor tomará un aspecto diferente en cada uno de nosotros, pero los mecanismos mediante los cuales se manifestará serán idénticos.

Nuestra definición inconsciente del amor es la señal emocional que experimentamos en nuestra infancia cuando pedíamos amor. Por tanto, es la señal emocional que recreamos inconscientemente en nuestra experiencia vital cada vez que sentimos la necesidad de ser amados o cada vez que intentamos mostrar nuestro amor a «otra» persona concreta.
Al principio, antes de  ver este patrón dentro de nosotros mismos, lo vemos con claridad en los demás.
Cada vez que intentamos mantener una relación amorosa, tenemos la impresión de que el «otro» termina comportándose con nosotros de forma «poco amorosa». Nuestro patrón negativo personal se revelará en las «condiciones» que el «otro» nos dicta. Pero lo que conviene no olvidar es que nuestra definición inconsciente del amor no se revela en el modo en el que comienzan nuestras relaciones íntimas, sino en el modo en que terminan. Este patrón se hace evidente siempre en el resultado de nuestros intentos por experimentar amor. Si nuestras relaciones no terminan, no se rompen,  este patrón se revelará en la forma en que la relación se hace agria.

Lo que se pone en juego es el efecto espejo. La persona que nos rompe el corazón es «el mensajero», y el modo en que reaccionamos ante esta experiencia contiene los detalles de «el mensaje».
Nuestro miedo no nos permite mirarnos a nosotros mismos, ya que nuestra ira nos lleva a reaccionar ante nuestros propios reflejos en el mundo con culpabilizaciones y venganzas.


Pero, por debajo de todo esto, lo que hay es una profunda sensación de pérdida. Ése es nuestro dolor, nuestro pesar.
Para un niño no existe mayor causa de pesar que la de abrirse a la experiencia del amor incondicional y, en lugar de ello, recibir heridas (o rechazo, o incluso humillaciones). Y este dolor se intensifica cuando el niño entra en la fase adulta de su vida y repite una y otra vez su desagradable experiencia.

Entonces, ¿cómo podemos terminar de una vez por todas con este doloroso ciclo inconsciente?
Formulándonos las siguientes preguntas con sinceridad, y dejando que nuestra presencia interior nos revele las respuestas, llevaremos a cabo un cambio perceptivo que desactivará este recurrente patrón negativo.


Los 5 pasos para iniciar este cambio de percepción en las relaciones: 

 Primer paso: ¿Cómo termina siempre el asunto?

 El primer paso consiste en identificar cuál es nuestra definición inconsciente del amor. Y esto es sencillo de hacer. Nos preguntamos de qué modo terminan siempre, o se amargan, nuestras relaciones íntimas. Existen tres maneras de llevar a cabo este paso: 

1. Describiendo lo que ocurre cuando nuestras relaciones íntimas terminan o se agrian, comenzando con la palabra «nosotros»: «Nosotros siempre terminamos...».

2. Describiendo lo que ocurre cuando nuestras relaciones íntimas terminan o se agrian, comenzando con la palabra «yo»: «Yo siempre termino...».

3. Describiendo lo que ocurre cuando nuestras relaciones íntimas terminan o se agrian, comenzando con la palabra «ellos»: «Ellos siempre terminan...». 
El objetivo del primer paso es el de obtener una palabra o una frase que describa el común denominador del modo en que todas nuestras relaciones íntimas suelen terminar o agriarse.

En un principio, puede parecer que las circunstancias de cada caso son diferentes, pero aquí es donde interviene el segundo paso, ayudándonos a aclarar lo que está ocurriendo realmente.


Segundo paso: ¿Cómo me siento?

El segundo paso exige que alejemos el foco de atención de las circunstancias físicas que envolvieron el modo en que terminaron o se agriaron nuestras relaciones íntimas. Tenemos que apartar nuestra atención del comportamiento físico tanto de nuestras parejas como de nosotros mismos. Hasta hace poco, las circunstancias físicas de nuestra relación constituían el centro de nuestra atención, y bien puede ser ésta la razón por la cual tenemos la impresión de que nuestras distintas relaciones han tenido resultados diferentes. Lo que tenemos que hacer ahora es poner nuestra atención en cómo nos sentíamos cuando finalizó cada una de esas relaciones.

En otras palabras, ¿qué naturaleza tenía nuestro contenido emocional? ¿Qué sabor emocional nos dejó en la boca? Para descubrir esto, tenemos que completar la siguiente frase: 
«Cada vez que se rompe una de mis relaciones íntimas, me quedo con una sensación de...».
¿Nos sentimos abandonados, ultrajados, traicionados, despreciados o...? Si nos esforzamos por encontrar esa palabra o frase que nos resuene, podremos ver de nuevo de qué modo nos trató nuestra pareja para que no quisiéramos seguir adelante con la relación. O de qué modo nos comportamos nosotros que llevó a nuestra pareja a dejar de comportarse cariñosamente con nosotros. Después, podremos ver más allá del comportamiento físico para adentrarnos en el contenido emocional del resultado. Tenemos que encontrar la señal emocional subyacente a la experiencia desagradable.

El objetivo del segundo paso es encontrar una palabra o una frase que describa el resultado emocional negativo común de nuestros intentos fracasados por mantener una relación íntima. Esta señal emocional común es la clave que nos permitirá descubrir el tema básico acerca del modo en que terminan nuestras relaciones íntimas. Y este tema será «nuestro patrón negativo», y este patrón será nuestra definición inconsciente del amor. También será la motivación inconsciente que hay tras el drama que manifestamos en otros muchos aspectos de nuestra experiencia vital.

Por ejemplo, quizás nos percatemos de que, cuando nuestras relaciones íntimas se rompen, nos sentimos “abandonados”. Esto nos dice que, desde nuestra más tierna infancia, hemos equiparado el “ser abandonados con el ser amados”.
Dicho de otro modo, durante nuestra infancia sufrimos una potente experiencia de abandono en un momento en que necesitábamos realmente sentirnos amados. Y sabremos que esto es así si nuestras relaciones íntimas comienzan con romance y con flores, pero terminan dejándonos con una intensa sensación de abandono. Esto será así, evidentemente, si nuestro patrón particular es de abandono.
 Pero nuestro patrón o tema bien puede ser de abusos físicos o insultos, de traición, de decepción, etc. También puede que tengamos numerosas subdefiniciones de lo que pensamos inconscientemente que es el amor, pero siempre habrá un tema principal.
Sabremos si hemos identificado acertadamente nuestra definición inconsciente del amor cuando demos el siguiente paso.


Tercer paso: ¿Se observa en mi familia el mismo patrón?

Observemos ahora el resultado de nuestros intentos por mantener unas relaciones íntimas dentro de nuestra familia inmediata.
En primer lugar, echemos un vistazo a nuestros padres. ¿Encaja la palabra o frase que hemos elegido para describir el modo en que nos sentimos cuando se rompen o se agrian nuestras relaciones íntimas con el modo en que se relacionaban nuestros padres entre sí cuando éramos niños? ¿Encaja con la forma en la que ellos se comportaban con nosotros? ¿Describe esta palabra o frase el resultado emocional de las relaciones íntimas de cualquiera de nuestros hermanos?
Si vemos que nuestro patrón emocional negativo se manifiesta de algún modo en las experiencias vitales de nuestra familia inmediata, entonces sabremos que estamos siguiendo la pista correcta.

El motivo de ello es que nuestra definición inconsciente del amor no es algo exclusivamente nuestro. Es algo que heredamos de nuestros padres y que ellos heredaron de los suyos. Y, si ellos nos lo transmitieron a nosotros, también se lo transmitieron a nuestros hermanos. Es un sistema inconsciente de creencias acerca de la naturaleza del amor que compartimos con el resto de nuestra familia inmediata, y que aparecerá de una forma u otra dentro de las relaciones de nuestra familia, porque las familias comparten normalmente la misma definición inconsciente del amor.

Puede que en un principio no lo veamos en sus interacciones físicas, pero mostrará su faz en las reacciones emocionales negativas que tengan lugar si las relaciones íntimas se rompen o se agrian. 


Cuarto paso: ¿Qué es lo opuesto de mi definición inconsciente?

El cuarto paso puede parecer sencillo, pero suele suponer un reto. Tomemos la palabra o frase que describe nuestra definición inconsciente del amor y  nos preguntamos ¿qué es lo opuesto?.
 Esta tarea puede no ser tan sencilla como pueda parecer en un principio, debido a que no valoramos lo opuesto a nuestra definición inconsciente del amor, y por ello, al principio es complicado  acceder mental o emocionalmente a ello. Por tanto, quizás dejemos un espacio en blanco mental para esta pregunta, o quizás elijamos la palabra amor como opuesto. Sin embargo, es poco probable que la palabra amor sea la opuesta de nuestra definición inconsciente del amor.
Tenemos que formular la pregunta sinceramente y, luego, dejar que nuestra presencia interior nos revele la respuesta sin esfuerzo. Sabremos que habremos logrado la respuesta correcta porque esa respuesta resonará en nosotros en muchos niveles.

Una vez hayamos conseguido conocer nuestra definición inconsciente del amor y hayamos descubierto también su polo opuesto, estaremos preparados para restablecer el equilibrio emocional en nuestra experiencia vital. Pero, antes de que demos el quinto paso en este procedimiento de equilibrio emocional, conviene que echemos una mirada más atenta a otro aspecto de nuestro comportamiento heredado.

Desde niños, se nos enseñó mediante el ejemplo que, para recibir algo, teníamos que salir al mundo exterior y «conseguirlo», de ahí que la norma que adoptáramos, sin cuestionárnosla siquiera, fuera la de «conseguir es recibir». Sin embargo, si contemplamos esta forma de proceder desde una perspectiva de unidad, veremos que carece de sentido. Para adoptar la perspectiva de unidad, tenemos que vernos a nosotros mismos como una única célula en el vasto cuerpo de todo cuanto existe.

Al mismo tiempo que somos individuos, somos interdependientes. Desde un punto de unidad, el hecho de recibir mediante la consecución no tiene sentido porque, en todas las circunstancias, lleva implícita la idea de que lo que se consigue hay que quitárselo a otro. Si una célula le arrebatara algo a otra, crearía un desequilibrio en el organismo en su conjunto.
En otras palabras, la consecuencia de la consciencia de «consecución» es que alguien o algo en la totalidad de nuestra experiencia pierde invariablemente algo. Cuando intentamos «conseguir» algo de este mundo, ponemos en marcha siempre un reflejo de carencia en nuestra experiencia del mundo. ¿Cómo puede un acto de «consecución» devolver el equilibrio a algo? 

El acto de «consecución» pone siempre en marcha un reflejo de carencia. 
Cuando sentimos una carencia en algún aspecto de nuestra vida es porque, en algún momento y de algún modo, hemos estado intentando conseguir esa misma cosa de los demás. 

Si, en lugar de intentar conseguir lo que sentimos que nos falta en la vida, encontramos primero una manera de dárnoslo a nosotros mismos y más tarde al mundo, nos daremos cuenta de que nuestra sensación de carencia comienza a disminuir de forma apreciable.

Una vez hayamos identificado nuestra definición inconsciente del amor, así como su polo opuesto, estaremos preparados para dar el siguiente paso.


Quinto paso: Dar es recibir.

El quinto paso nos pide que demos aquello mismo que queremos recibir. Este paso tiene dos fases.

1. Tenemos que comenzar por damos incondicionalmente a nosotros mismos lo que pretendemos recibir de los demás. Y no hay manera de sortear este principio. Si, por ejemplo, hemos descubierto que nuestra definición inconsciente del amor es «abandono», y que su opuesto es «compromiso», tendremos que optar sinceramente por comprometernos, no importa cómo.
Cada vez que aparezcan síntomas de desequilibrio físico, mental o emocional en nuestra experiencia, tenemos que comprometernos a responder ante ellos, en lugar de reaccionar ante ellos.

Tenemos que comprometernos a dirigirnos, nutrirnos, sanarnos y enseñarnos a nosotros mismos.
Tenemos que comprometernos a rescatar a nuestro yo infantil de sus sentimientos de abandono en el pasado.
 Tenemos que comprometernos a decir «sí» cuando queremos decir «sí» y «no» cuando queremos decir «no».
Tenemos que comprometernos con nuestro propio crecimiento emocional.
 Tenemos que comprometernos a activar nuestra conciencia de la presencia interior.

 2.  Después tenemos que dar incondicionalmente lo que hemos estado intentando obtener de todas las demás personas que entran en nuestra experiencia vital.
Si, por ejemplo, lo opuesto a nuestra definición inconsciente del amor es «compromiso», tendremos que demostrar a través del ejemplo a todas las personas de nuestra experiencia vital que estamos comprometidos con ellas.
 Pero lo más importante hacerlo sin condiciones. Nuestro comportamiento no debe estar determinado por el resultado que deseamos obtener.
No se habla aquí de conseguir; se habla de dar. No se habla aquí de lo que los demás puedan pensar o cómo puedan responder o no a nuestras intenciones. Se habla simplemente de hacer lo que haga falta para restablecer el equilibrio en la calidad de nuestra experiencia vital.

En lugar de revolearnos en los dramas que nuestra definición inconsciente del amor manifiesta, tenemos que decidirnos ahora por dar los pasos necesarios para estimular lo opuesto de esta experiencia dentro de nosotros y en nuestras interacciones con todos los que nos rodean.

Siguiendo este curso de acción, sentiremos un cambio de inmediato. ¿Por qué? Porque el mundo es un espejo, y siempre lo será; Este ajuste en nuestra interacción con el mundo y con nosotros mismos nos demostrará de inmediato:

 Que dar es recibir. Que no estamos separados de nadie ni de nada de cuanto nos rodea. Que, cuando damos incondicionalmente, disponemos de una cantidad ilimitada de lo opuesto a nuestra definición inconsciente del amor para darle al mundo.


Y de ultimo despertaremos a la constatación que:

No hay nada que «conseguir» en este mundo.
No hay amor que «conseguir» en el mundo. El mundo es tan neutral como un espejo; todo lo que vemos en él es lo que nosotros ponemos ante él.
Si intentamos «conseguir» amor de este mundo, nos iremos sumergiendo cada vez más en una experiencia de carencia y de falta de amor. Cuando de verdad integramos que no hay nada en el mundo que podamos conseguir y que, por el contrario, somos nosotros los que tenemos que aportar el amor incondicional a nuestra experiencia del mundo, será cuando cruzaremos el puente que nos lleve a una nueva experiencia vital mucho más profunda.

 Entonces habremos aprendido el secreto de la experiencia del amor incondicional, que consiste en que somos nosotros los que tenemos que dar ese amor incondicional. Somos al ciento por ciento responsables de la calidad de todas nuestras experiencias.

Lo que somos realmente es amor y, por tanto, amor es lo único que podemos dar. Cualquier otra cosa que demos no será real ni duradera; será una ilusión. Sin embargo, el amor, si se da incondicionalmente, es eterno.


                   M. Brown


sábado, 12 de marzo de 2016

Por que hay mas sufrimiento que disfrute en nuestra vida?





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Juana Ma. Martínez Camacho
Terapeuta Transpersonal
Especialista en Bioneuroemoción
Facilitadora Internacional de CMR (Liberación de la Memoria Celular)