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viernes, 8 de enero de 2016

Sistema de creencias


El sistema de creencias de origen emocional, suele ser inconsciente para nuestra conciencia física y mental cotidiana porque: 

1.  la mayor parte de ellas se imprimieron en nuestro cuerpo emocional antes de que nuestra conciencia entrara en la esfera mental, de ahí que no se ubiquen en nuestro interior como pensamientos, palabras o conceptos, sino como sentimientos. En nuestra vida adulta en el tiempo, interactuamos con nuestro pasado mentalmente, pero no emocionalmente, y de ahí que estos puntos causales emocionales ya no nos resulten visibles.

2. Estas experiencias emocionales del pasado que están afectando  negativamente  nuestra vida en este  instante, son  desagradables para nosotros, y por eso las sacamos de nuestra conciencia para poder  «seguir adelante en la vida». A esto se le denomina supresión, y somos maestros en el arte de ocultarnos a nosotros mismos todo aquello que no sabemos cómo abordar. 


Como consecuencia de esto, nos vemos incapaces de establecer conscientemente la conexión entre estos acontecimientos causales y su impacto en nuestras circunstancias actuales, y esto es lo que hace que la vida nos parezca caótica, y que, el  sentirse víctima o vencedor sea un patrón de comportamiento que emerge por esta desconexión con el malestar emocional reprimido de nuestro pasado.

En un proceso terapéutico, lo que hacemos es  hacer emerger en nuestra conciencia esas emociones reprimidas de la infancia, así como el sistema de creencias negativas que aquéllas engendraron y poder integrar y  neutralizar el efecto negativo que están teniendo en nuestra experiencia vital presente.



Los recuerdos reprimidos y sus emociones correspondientes están tan profundamente arraigados en nuestra inconsciencia, que se nos van haciendo evidentes como sensaciones de difícil descripción, y emergen  en nuestra experiencia vital para poder integrarlas conscientemente,  en la forma de reflejos y proyecciones.

Un reflejo es la ocurrencia de una experiencia en nuestra vida que nos recuerda algo, mientras que una proyección es el comportamiento que adoptamos cuando reaccionamos ante tal recuerdo.

Por ejemplo, si alguien nos recuerda a uno de nuestros progenitores, eso es un reflejo. Si, tras esto, comenzamos a conducirnos con esta persona como lo haríamos con el progenitor al que nos recuerda, esto será una proyección. Se suele decir que este proceso «nos dispara», o que «nos ha pulsado un botón». Lo que ocurre en realidad es que estamos viendo fantasmas de nuestro pasado (reflejos) y que vamos en pos de ellos (proyecciones). Todo esto es generalmente inconsciente, un proceso terapéutico, nos ayudara a tomar consciencia de estas proyecciones y trabajar donde solo podemos hacerlo, y es en nuestro interior.

En un principio, los reflejos aparecerán envueltos con un disfraz de circunstancias externas aparentemente fortuitas y caóticas, o bien disfrazados bajo un comportamiento no provocado de las personas que nos rodean, que nos genera una perturbación emocional.

Pero, a medida que vayamos trabajando internamente,   nos iremos dando cuenta de que cada vez sintamos  malestar emocional, es porque esta emergiendo algo irresuelto de nuestro pasado,  y es la  oportunidad de resolverlo para que deje de atormentarnos en  el presente.

Cada vez que ocurre algo que nos perturba emocionalmente, tanto si adopta la forma de un acontecimiento, como si adopta la forma del comportamiento de otra persona, estamos viendo un reflejo de nuestro pasado.
Cada vez que reaccionamos física, mental o emocionalmente ante tal circunstancia, estamos proyectando


Una de las razones por las cuales no reconocemos en un principio que las circunstancias perturbadoras actuales vienen  por los recuerdos emocionales del pasado, es porque nuestra atención se ve traspasada por el acontecimiento físico o el comportamiento físicas de la persona que nos altera emocionalmente, en vez de fijarse en la reacción emocional que experimentamos como consecuencia.

 Es la superficie de nuestra experiencia vital la que nos traspasa. Por eso tenemos que adiestrarnos para ir más allá de la superficie, porque lo que emerge en la memoria es siempre la firma emocional de la circunstancia perturbadora, no el acontecimiento físico, ni el comportamiento de la persona en sí.

Sólo podemos acceder a nuestros recuerdos más antiguos en la forma de señales emocionales y, por ello, tenemos que aprender a ser conscientes de las corrientes emocionales que fluyen por detrás de las escenas de nuestra experiencia física del mundo.
El mundo físico es, por naturaleza, un mundo de cambios constantes; por tanto, si nos concentramos en la superficie de cualquier evento, lo más probable es que supongamos que lo que nos está ocurriendo en un momento dado es una situación nueva.

 Sin embargo, el hecho de que ciertas circunstancias nos perturben emocionalmente, mientras que otras no lo hacen, y el hecho de que reaccionemos emocionalmente de forma automática ante estas circunstancias específicas, son evidencia suficiente de que lo que está ocurriendo en ese momento no es algo nuevo, sino algo que nos dispara emocionalmente debido a que es un reflejo de algo que preferiríamos no recordar, y de ahí que nos sintamos molestos con ello. Un suceso así es siempre un reflejo, y nuestra reacción ante él es, por tanto, una proyección. 


Cualquier suceso de nuestra vida que nos dispare emocionalmente de un modo negativo es siempre un mensaje del pasado que se nos comunica en el presente.

A menos que los recuerdos reprimidos puedan salir a la superficie y ser integrados conscientemente, seguirán alimentando el sistema de creencias negativas que nos hacen daño. La naturaleza de estas experiencias las hace desagradables en un principio, pero son experiencias que se dan para liberarnos, no para humillarnos.

Todas las circunstancias de nuestra vida forman parte de una obra teatral que se está representando deliberadamente por nuestro bien, hasta el punto de que podemos ver reflejado fuera de nosotros mismos lo que habíamos reprimido y ocultado en nuestro interior.

Estas proyecciones, sólo tienen un significado real para nosotros, de tal modo que  si le preguntásemos al “mensajero”, nos miraría como si estuviésemos locos, porque el suceso en su conjunto y las implicaciones que el suceso tiene para nosotros son del todo inconscientes para la persona en la que se han reflejado nuestros recuerdos del pasado. Nuestro inconsciente las atrae para poder resolver lo doloroso de la niñez.

 Los más importantes actores de este drama escenificado son nuestra familia más cercana, nuestros amigos íntimos y las personas con las que convivimos en nuestro trabajo. Sin embargo, podemos atraer inconscientemente cualquier cosa o  cualquier persona en el mundo exterior para dirigir nuestra atención a una situación interna no integrada.

Poco a poco nos daremos cuenta que nuestros reflejos no son reales, si bien nuestras proyecciones tienen un verdadero impacto y unas consecuencias reales.

Reaccionar ante las personas o las circunstancias que nos perturban emocionalmente es como «disparar a los mensajeros». Al darnos cuenta de esto, conviene en vez de reaccionar,  aprender  a «responder».

La diferencia clave entre una reacción y una respuesta es: 

-  Una reacción es un comportamiento inconsciente en el cual nuestra energía se dirige hacia fuera, hacia el mundo, en un intento de defendernos de otra persona, o bien de atacarla. Una reacción es un drama que se representa con la intención de sedar o controlar la naturaleza desagradable de nuestras experiencias. El tema central de todo comportamiento reactivo es la culpa o la venganza.

- Una respuesta es la decisión consciente de contener e interiorizar constructivamente nuestra energía con la intención de utilizarla para integrar y liberar nuestra inconsciencia. El tema de todo comportamiento de respuesta es la responsabilidad.

Conviene observar en nuestro  discurrir cotidiano, como nos enfrentaremos a determinadas situaciones que atraerán nuestra atención, para poder trabajar con ellas interiormente. En general, la reacción emocional nos resultará desagradable o incómoda y  reaccionamos inconscientemente en contra ante estas situaciones, pero cuanto mas conscientes estemos, podremos responder de manera responsable. 


Por ello, es importante que comprendamos de qué modo salen a la superficie de la conciencia los recuerdos profundamente reprimidos: no emergen como imágenes dentro de nuestra cabeza, sino como situaciones o circunstancias que surgen en 
nuestro discurrir cotidiano,y también bajo el disfraz del modo en que las personas 
se comportan en nuestras experiencias externas del mundo.

Aprender a identificar a los «mensajeros» a medida que aparezcan en nuestra experiencia vital, nos  permitirá percibir a la larga lo que está ocurriendo realmente por debajo de la superficie de las circunstancias físicas del mundo. Esta habilidad es esencial, porque nos permite diferenciar lo que está ocurriendo realmente de lo que es el reflejo de un recuerdo, y podremos extraer entonces nuestra conciencia de las ilusiones generadas por ese sueño que llamamos tiempo.  
Los mensajeros son fáciles de identificar porque se materializan en cualquier acontecimiento o cualquier comportamiento de otra persona que nos perturba emocionalmente.

Nadie culpa a su cartero por las facturas que le lleva, ni culpamos al espejo por la imagen que nos pueda devolver. Del mismo modo, es absurdo reaccionar ante nuestros reflejos en el mundo. 
Es importante aprender a captar el mensaje. En principio, ésta puede ser una tarea ardua porque, normalmente, estaremos habituados a reaccionar automáticamente cada vez que se nos perturbe emocionalmente.


Cómo entender el mensaje?

Se requiere presencia, atencion

1. Hemos de dejar de centrar nuestra atención en el mensajero (el evento físico o el comportamiento de la persona).
2. No hacer caso a la  voz que resuena en nuestra cabeza instándonos a reaccionar (el evento mental).
3. Prestar atención al cómo nos estamos sintiendo a consecuencia de la interacción que desencadena nuestras emociones (el evento emocional).



 Recibir el mensaje

Podemos comenzar haciéndonos la siguiente pregunta cada vez que nos sintamos emocionalmente perturbados: 

«¿Qué reacción emocional concreta ha desencadenado dentro de mí este acontecimiento o esta persona?». 

Utilizamos una palabra que describa lo que estamos sintiendo y la decimos en voz alta, (este es el mensaje) por ej. Me siento triste, me siento enojado, me siento impotente, me siento triste, me siento asustado, me siento solo, me siento herido, etc., una palabra que  resuene con el estado emocional desencadenado. Sabremos cuándo hemos conectado con la palabra correcta porque nuestro cuerpo resonará físicamente  ante la reacción emocional que hemos descrito verbalmente en voz alta. Resonar quiere decir  que quizás sintamos un hormigueo en las manos, o cierta tensión en el plexo solar, o bien un incremento en el latido cardíaco, cierto rubor en el rostro o cualquier otro indicio corporal.

Recoger la información contenida en este mensaje.

 Reconocer que la reacción emocional que el mundo externo ha disparado en nuestro interior no es algo nuevo en nuestra vida, sino que se trata de una reacción que se ha dado una y otra vez en el pasado.
Para verlo con claridad, nos hacemos la siguiente pregunta: 

«¿Cuándo fue la última vez que experimenté exactamente la misma reacción emocional?».  


Y descubriremos que nuestra mente nos lleva hasta un incidente previo. (si no podemos recordar la respuesta de inmediato, tendremos que permanecer con la mente abierta y dejar que la respuesta nos venga dada a través de nuestro instructor interior cuando menos lo esperemos.) Sin recrearnos en los detalles físicos de ese acontecimiento previo que se nos muestra, y sin entrar en una larga conversación mental con nosotros mismos acerca de ello, reconocemos que tuvimos una reacción emocional idéntica y seguimos buscando en nuestro pasado  preguntandonos: 

«Y, antes de este incidente, ¿cuándo experimenté una reacción emocional exactamente igual a ésta?». 

Si nos formulamos esta pregunta sucesivas veces, descubriremos poco a poco un patrón emocional recurrente que se remonta hasta nuestra infancia.
Si nos resulta difícil trazar este sendero emocional, puede deberse a que nuestra mente está demasiado centrada en el aspecto físico del camino. Las circunstancias o situaciones físicas que se adentran en nuestro pasado y que han desencadenado estas mismas reacciones emocionales recurrentes pueden no guardar parecido alguno. Metafóricamente, serán todas idénticas pero, al principio, puede costar descifrarlas, tenemos que centrar nuestra atención específicamente en el recuerdo de reacciones emocionales similares, en vez de explorar el pasado en busca de apariciones de «mensajeros» similares.

 Una idea muy útil, que nos ayudará a trazar un patrón emocional recurrente, es la que nos dice que cualquier circunstancia emocional clave se repite en nuestra vida cada siete años. Así pues, si tenemos problemas para remontarnos en el sendero de reacciones emocionales similares, podemos dar un salto siete años atrás desde la ocurrencia más reciente y buscar la tan familiar señal emocional, en la infancia, a veces es difícil pues bien  pudo ocurrir antes de que tuviéramos un mínimo dominio del lenguaje con el cual expresar o crear un concepto en torno a cualquiera de nuestras experiencias.



 El acontecimiento clave pudo acaecer durante el parto, o cuando teníamos uno o dos años, es decir, cuando interactuábamos con nuestro mundo exclusivamente desde un nivel emocional. Como tal, quedaría registrado como un sentimiento de difícil verbalización.

 Para obtener aún más información acerca de la reacción emocional recurrente que el mensajero ha puesto ante nuestra atención,  tenemos que dejar a un lado el acontecimiento íntegramente, y observarlo como lo haría una persona ajena al problema, y preguntarnos: 

-  «¿A qué me recuerda esto?». 
- «¿Quién habituaba a comportarse así conmigo, o con otros en mi presencia?».

Lo más probable es que las respuestas apunten inicialmente a acontecimientos que están ocurriendo ahora, en nuestras relaciones más corrientes. Pero, si seguimos investigando en nuestra experiencia vital, nos llevarán hacia atrás, a relaciones de nuestro pasado, para llegar a la relación inicial que mantuvimos con nuestra madre o nuestro padre, o bien con ambos.

Podremos ver que las emociones no integradas con las cuales hemos cargado toda la vida, tanto si están relacionadas con el miedo, como con la ira o con el dolor, se grabaron en nuestro interior  en la  interacción mantenida con nuestros padres, o bien cuando les vimos interactuar con otra persona. Todo comportamiento es aprendido, y aquí hay que incluir todas nuestras reacciones emocionales.
Éstos son nuestros dramas,  que representamos una y otra vez, cada vez que se pulsan los botones adecuados.

Ésta es la razón por la cual todos en este mundo vivimos hasta cierto punto sobre la base de la reacción. Mientras «vivimos en el tiempo», este mundo es un drama inconsciente en el cual el pasado y el futuro proyectado escriben el guión de nuestra experiencia vital actual.


«Captando el mensaje» podremos ver con claridad que todo cuanto desencadena en nosotros emociones negativas, forma parte de un patrón recurrente del pasado y que se perpetúa inconscientemente a través de nuestros recuerdos no resueltos y reprimidos de la infancia. Pero, en tanto no veamos esto con claridad por nosotros mismos, no podremos neutralizar el patrón en curso.

El mero hecho de poder verlo lo cambia todo, porque transforma lo inconsciente, y por tanto invisible, en consciente y visible.

Durante un tiempo, quizás sigamos representando estos dramas aprendidos en nuestra vida, pero ya no podremos hacerlo de forma inconsciente. Nos daremos cuenta de que estamos reaccionando en el momento en que estemos reaccionando, o poco después.

 Con el tiempo, podremos ver al mensajero, y seremos capaces de responder sanamente, en vez de reaccionar, porque  nos damos cuenta de que las reacciones emocionales que sentimos tienen que ver con las emociones no integradas que hemos estado reprimiendo durante años, desde nuestra infancia, y que en nuestra vida adulta,  llaman  nuestra atención bajo la forma de circunstancias externas y bajo la forma del comportamiento de los demás para que tengamos la oportunidad de verlos, reconocerlos e integrarlos.

En tanto en cuanto no nos demos la oportunidad de integrarlos, seguirán repitiéndose en nuestra experiencia adulta saboteando  mejores intenciones.

                                                          M. Brown


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