CUANDO TÚ CAMBIAS....
EL MUNDO CAMBIA ANTE TU MIRADA

PROCESO CMR

· . ¿Quieres un cambio en tu vida y no sabes por dónde empezar?

- ¿Te pasa que a pesar de haber hecho terapias, cursos, etc., te sientes estancado?

-¿Sientes que las situaciones te superan?

- ¿Te sientes cansado, estresado, sobrecargado, y no sabes cómo gestionar tus emociones?

- ¿Estás cansado de no poder ser tú mismo, de no saber poner límites?

- ¿Sientes que no te entienden, que no te valoran? Tus relaciones son conflictivas?

- ¿Tus miedos te limitan/paralizan a la hora de concretar tus proyectos?

Puedo ayudarte


TE ACOMPAÑO A LIBERAR TUS LIMITACIONES MEDIANTE HERRAMIENTAS SENCILLAS Y EFECTIVAS, PARA QUE PUEDAS VIVIR PLENAMENTE


viernes, 22 de enero de 2016

Que beneficios aporta el proceso CMR?




Durante el proceso CMR, accedemos a la energía inteligente que tiene el cuerpo y a su capacidad de autosanación.


La sabiduría del cuerpo, nos guía para explorar los archivos que guardan las memorias originales, raíces del malestar interno. Así, se pueden descubrir las conexiones que nos mantienen enganchados en la repetición del patrón.
Al encontrar la raíz, reconocemos el sentimiento atrapado, lo permitimos sin juicios, sin interpretaciones, descubriendo las necesidades que lo motivaron. Así comenzamos a desbloquear los nudos energéticos creados en el pasado.
Cuando desbloqueamos estos nudos energéticos, las células, comienzan a eliminar las contracciones y a reemplazarlas con la resonancia original: Amor,Libertad y Gozo.

La persona se siente protagonista de su vida, fortalecida y confiada, con mayor conocimiento de sí misma; lo cual le permite sentir un profundo bienestar físico y emocional.

El proceso te ayuda a que puedas conocerte mejor y que liberes la carga dolorosa retenida en el cuerpo, como forma de contracciones que producen dolor físico y/o emocional, al encontrar el origen de las causas que las producen, puedes sanar las heridas del pasado, aprendiendo a expresar tus emociones, sentimientos y necesidades. Te vuelves más íntegro como persona.

                                                 
Aprendes a diferenciar entre el sufrimiento y el dolor. Una cosa es afrontar el dolor, como parte de la vida, y otra muy diferente es sufrir, que surge de la identificación con la situacion dolorosa, de lo que te dices constantemente al respecto, puedes enfrentar los sentimientos/emociones incómodas de una manera diferente cuando aprendes el estado de "Presencia", pues no estas enganchado al drama, sino que, desde ese estado de Presencia, atraviesas el dolor y sales fortalecido y mas integrado, viendo el entorno de una manera nueva y diferente. 

Aprendes a escuchar los mensajes que, todo el tiempo tu cuerpo te está dando, el cuerpo tiene una vastísima inteligencia que lo hace funcionar, solo has de aprender a escuchar sus mensajes. Aprendes a desarrollar la percepción de cómo actúa la energía en el cuerpo y cómo incide en tu vida.

Toda la información esta en ti, y aprendes a acceder a ella descodificando sus mensajes, aprendiendo la inteligencia emocional: gestionar sanamente sentimientos, emociones, sensaciones, para que funciones mas integro en cuerpo, mente y espíritu. (La Memoria de las Células- Luis Diaz)


TE ACOMPAÑO!


Consultas Presenciales / Consultas por Skype

Juana Ma. Martínez Camacho
Terapeuta Transpersonal
(Escuela Española de Desarrollo Transpersonal)

Especialista en Bioneuroemoción
(Instituto Español de Bioneuroemoción)

Facilitadora Internacional CMR (Liberación de la Memoria Celular)
(Cellular Memory Release)
www.centroelim.org          



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domingo, 17 de enero de 2016

Comprendiendo el comportamiento reactivo (M. Brown)


En primer lugar, cuando sucede algo que no es de nuestro agrado o que da la impresión de que insulta nuestra sensibilidad, nos disgustamos automáticamente. En esta situación, habremos reaccionado. 

Una reacción es cualquier comportamiento físico, mental o emocional que confirma que atribuimos automáticamente la causa, y por tanto la responsabilidad de nuestro disgusto, a factores externos. Y esto se hace más evidente por el hecho de que el comportamiento reactivo, de un modo u otro, directa o indirectamente, recurre a la culpabilización. Y el resultado de la culpabilización, tanto si se admite como si no, es la propia culpabilidad, el remordimiento y la vergüenza. Todos hemos pasado una u otra vez por la experiencia de enfadarnos, culpar a los demás y, luego, cuando hemos recuperado la calma, sentirnos avergonzados por lo que hemos hecho. Todo esto no es más que un derroche de energía, y se puede evitar. 

Por tanto, la trinidad de la estructura del comportamiento reactivo es: 

Disgustarse - culpabilizar / sentirse culpable - sentir remordimiento o vergüenza.

Veamos en detalle: 

1. «disgustarse» o «enfadarse».

Es evidente que el acontecimiento que nos disgusta se ha repetido una y otra vez en nuestra vida porque estamos re-actuando, reaccionando. Examine la palabra reacción de forma visual. Una re-acción es, por definición visual, la repetición de una acción concreta; es una acción repetida. La estructura de esta palabra nos dice que el acontecimiento que nos confronta no ha llevado a ningún comportamiento nuevo por nuestra parte. Ha evocado un patrón de comportamiento habitual y predecible, que sigue emergiendo una y otra vez en cada ocasión en que tiene lugar una situación desencadenante similar en nuestra experiencia.

La primera fase en la trinidad del comportamiento reactivo es, así pues, comportarnos como si estuviésemos disgustados. Esto supone la representación automática de un drama físico, mental o emocional calculado, habitual y, por tanto, predecible. Este drama en particular quedó impreso en nuestro cuerpo emocional durante la infancia, cuando presenciábamos de qué modo respondían nuestros padres ante un acontecimiento similar.


2. culpabilizar

La culpa es una de esas circunstancias singulares en las cuales no sólo utilizamos el drama para obtener atención (normalmente, simpatía), sino también para apartar la atención de nosotros y situarla sobre otra persona o cosa.

En la vida echamos la culpa a los demás en la medida en que no estamos dispuestos a asumir la responsabilidad de la calidad de nuestras experiencias. 

En otras palabras, culpabilizar es el acto de acusar al espejo del reflejo que nos ofrece.

Pero la culpabilización tiene consecuencias. Cuando echamos la culpa a los demás, nos desautorizamos automáticamente a nosotros mismos, porque estamos declarando inconscientemente que preferimos percibirnos como víctimas y, por tanto, como presas indefensas de los demás.

3. el remordimiento y la vergüenza. 

Conscientemente, quizás nos sintamos culpables, pesarosos y avergonzados por nuestro comportamiento reactivo ante el disgusto, pero también nos sentimos culpables, pesarosos y avergonzados inconscientemente, cuando culpamos a otro por la calidad de nuestra experiencia, porque, al hacer esto, nos estamos traicionando a nosotros mismos, nos desautorizamos y nos declaramos “esclavos” de unas circunstancias que están, aparentemente, más allá de nuestro control. Y con ello negamos la existencia de la ley de causa y efecto, e ignoramos todo lo que nos hace iguales y libres. 

Obviamente, nuestro patrón de comportamiento reactivo no nos hace ningún bien. Pero, dado que lo aprendimos por impresión emocional, también se puede desaprender con la misma facilidad. 


Intentemos trazar conscientemente un nuevo rumbo para nuestro comportamiento, teniendo en cuenta que nuestro inconsciente, nos está poniendo en escena una representación, para que podamos ver en el exterior, lo que hay oculto en nuestro interior (reflejo/proyección). 

Cada vez que te sientas emocionalmente perturbado/a, puedes aplicar estos sencillos pasos para una limpieza emocional:

1º- despedir al mensajero. 

El primer paso es reconocer que la persona o el acontecimiento que nos pone a prueba no tiene nada que ver con lo que está ocurriendo en realidad: es simplemente, «el mensajero». El mensajero está reflejando un recuerdo que está saliendo a la superficie desde nuestro pasado no integrado. Es absurdo «disparar al mensajero». Así pues, el primer paso consiste en despedir al mensajero. Interiormente, podemos agradecerle el gran servicio que nos ha hecho y dejarle seguir su camino. Es decir, en vez de reaccionar contra el mensajero y desahogarnos con él, podemos decir: «Necesito estar un rato a solas ahora». 

Al principio, el dar este paso (el paso de dejar a un lado elegantemente el impulso de reaccionar) puede requerir coraje y un gran autocontrol, porque exige que rompamos un hábito de toda la vida que nos lleva a introducirnos de repente en nuestro drama. 

2º- captar el mensaje. 

El segundo paso consiste en no recurrir automáticamente a nuestro predecible y, sin embargo inconsciente drama físico, mental o emocional para, en su lugar, captar el mensaje. Para ello, volvemos la atención hacia nuestro interior, describiéndonos a nosotros mismos la naturaleza de la reacción emocional que experimentamos, ponemos en palabra lo que sentimos, nos decimos en voz alta: «Estoy enfadado. Estoy triste. Me siento herido. Me siento solo. Me siento»... Seguimos buscando de este modo hasta que encontramos la palabra que resuena físicamente con nuestra reacción emocional. Si estamos enfadados, quizás sintamos que la sangre inunda nuestro rostro, o quizás sintamos un hormigueo en las manos, o puede que un movimiento hacia abajo en el plexo solar. 


3º- sentirlo.

En lugar de exteriorizar lo que nos está ocurriendo mediante la culpabilización de los demás, tenemos que interiorizar conscientemente la experiencia. Tenemos que sentirla, en vez de proyectar nuestras emociones hacia el mundo, como solemos hacer, podemos optamos ahora por interiorizar la experiencia y, de este modo, contenerla. 

Esto no debe confundirse con el hecho de reprimir nuestras experiencias. La decisión consciente de interiorizar la prueba para que podamos aprender de ella no es represión: es descubrimiento. Se le llama también contención.

La represión es el acto de pretender que no ha ocurrido. La decisión que tomamos ahora de estar presentes con lo que sea que nos perturbe nos permite darnos cuenta de que podemos sentir físicamente, dentro de nuestro cuerpo, lo que en un principio pensábamos que estaba ocurriendo «ahí fuera». Así, sea cual sea la emoción a la que hemos puesto nombre, tendremos que sentirla sin ningún tipo de censura, ni juicio. 

En esencia, lo que el mensajero ha hecho (o ha estado intentando hacer, en función de cuántas veces nos haya perturbado el mismo acontecimiento) es llamar nuestra atención sobre el hecho de que tenemos un bloqueo emocional interno que nos resistimos a atravesar.  

4º- dejar pasar.

Una vez lleguemos a sentir este bloqueo emocional como una sensación física dentro de nuestro cuerpo, estaremos preparados para transmutarlo, retirándolo fuera del cuerpo con el poder de nuestra compasiva presencia, la compasión significa que «tú puedes venir hasta mí y yo te dejaré pasar sin interferencias» ni juicios.

Activar la compasión cuando nos encontramos en mitad de una reacción emocional implica que tenemos que introducir a nuestro yo infantil. Para ello es importante que nos recordemos que la reacción emocional que el mensajero desencadenó dentro de nosotros no tiene nada que ver con nuestra vida adulta actual. Es un llanto de nuestro yo infantil. Es un eco del pasado, que está llamando nuestra atención porque sólo nuestra atención puede restablecer el equilibrio real en la calidad de todas nuestras experiencias. Y optamos por responder (y no reaccionar) a lo que estamos experimentando emocionalmente, de ahí que cerremos los ojos y nos imaginemos a nuestro yo infantil sintiendo exactamente lo mismo que sentimos nosotros. Abrazando simbólicamente a nuestro yo infantil, activaremos automáticamente la compasión. Le decimos: «Puedes venir a mí, y yo te amaré incondicionalmente hasta que pase lo que te asusta, lo que te enfurece o lo que te pone triste». 


Si somos sinceros en la interacción con nuestro yo infantil, de nuestro pecho brotará automáticamente la emoción que durante tanto tiempo nos hemos resistido a sentir. Esta emoción reprimida saldrá a la superficie en forma de ondas y se disolverá en lágrimas. Sentiremos que la energía asciende desde el plexo solar, atravesando el pecho y la garganta, hasta salir finalmente fuera de nuestro cuerpo. A menudo, tendremos incluso la sensación de que nuestro cuerpo se desprende literalmente de calor. Lo que sea que sintamos, lo permitimos, acompañando al cuerpo en esa liberación.

Cuando remita esta experiencia de liberación, tendremos una profunda sensación de alivio y de paz. La constancia en la realización del proceso de limpieza emocional nos permitirá descubrir que el mensajero que disparaba una y otra vez nuestras perturbaciones emocionales ya no vuelve a aparecer. ¿Para qué iba a aparecer de nuevo, si hemos recibido conscientemente el mensaje?



miércoles, 13 de enero de 2016

Sobre el control epigenético

Bruce Lipton: (n. 21 de octubre de 1944 (71 años), Mt. Kisco, New Cork (EE.UU), es un biologo celular estadounidense, considerado una de las principales y más controvertidas voces en la nueva biología, contraria al paradigma darwinista y partidaria de que el entorno y la cooperación (tesis de Lamarck) y no los genes son el auténtico motor de la vida.


Es autor del best seller La Biología de la creencia.



viernes, 8 de enero de 2016

Sistema de creencias


El sistema de creencias de origen emocional, suele ser inconsciente para nuestra conciencia física y mental cotidiana porque: 

1.  la mayor parte de ellas se imprimieron en nuestro cuerpo emocional antes de que nuestra conciencia entrara en la esfera mental, de ahí que no se ubiquen en nuestro interior como pensamientos, palabras o conceptos, sino como sentimientos. En nuestra vida adulta en el tiempo, interactuamos con nuestro pasado mentalmente, pero no emocionalmente, y de ahí que estos puntos causales emocionales ya no nos resulten visibles.

2. Estas experiencias emocionales del pasado que están afectando  negativamente  nuestra vida en este  instante, son  desagradables para nosotros, y por eso las sacamos de nuestra conciencia para poder  «seguir adelante en la vida». A esto se le denomina supresión, y somos maestros en el arte de ocultarnos a nosotros mismos todo aquello que no sabemos cómo abordar. 


Como consecuencia de esto, nos vemos incapaces de establecer conscientemente la conexión entre estos acontecimientos causales y su impacto en nuestras circunstancias actuales, y esto es lo que hace que la vida nos parezca caótica, y que, el  sentirse víctima o vencedor sea un patrón de comportamiento que emerge por esta desconexión con el malestar emocional reprimido de nuestro pasado.

En un proceso terapéutico, lo que hacemos es  hacer emerger en nuestra conciencia esas emociones reprimidas de la infancia, así como el sistema de creencias negativas que aquéllas engendraron y poder integrar y  neutralizar el efecto negativo que están teniendo en nuestra experiencia vital presente.



Los recuerdos reprimidos y sus emociones correspondientes están tan profundamente arraigados en nuestra inconsciencia, que se nos van haciendo evidentes como sensaciones de difícil descripción, y emergen  en nuestra experiencia vital para poder integrarlas conscientemente,  en la forma de reflejos y proyecciones.

Un reflejo es la ocurrencia de una experiencia en nuestra vida que nos recuerda algo, mientras que una proyección es el comportamiento que adoptamos cuando reaccionamos ante tal recuerdo.

Por ejemplo, si alguien nos recuerda a uno de nuestros progenitores, eso es un reflejo. Si, tras esto, comenzamos a conducirnos con esta persona como lo haríamos con el progenitor al que nos recuerda, esto será una proyección. Se suele decir que este proceso «nos dispara», o que «nos ha pulsado un botón». Lo que ocurre en realidad es que estamos viendo fantasmas de nuestro pasado (reflejos) y que vamos en pos de ellos (proyecciones). Todo esto es generalmente inconsciente, un proceso terapéutico, nos ayudara a tomar consciencia de estas proyecciones y trabajar donde solo podemos hacerlo, y es en nuestro interior.

En un principio, los reflejos aparecerán envueltos con un disfraz de circunstancias externas aparentemente fortuitas y caóticas, o bien disfrazados bajo un comportamiento no provocado de las personas que nos rodean, que nos genera una perturbación emocional.

Pero, a medida que vayamos trabajando internamente,   nos iremos dando cuenta de que cada vez sintamos  malestar emocional, es porque esta emergiendo algo irresuelto de nuestro pasado,  y es la  oportunidad de resolverlo para que deje de atormentarnos en  el presente.

Cada vez que ocurre algo que nos perturba emocionalmente, tanto si adopta la forma de un acontecimiento, como si adopta la forma del comportamiento de otra persona, estamos viendo un reflejo de nuestro pasado.
Cada vez que reaccionamos física, mental o emocionalmente ante tal circunstancia, estamos proyectando


Una de las razones por las cuales no reconocemos en un principio que las circunstancias perturbadoras actuales vienen  por los recuerdos emocionales del pasado, es porque nuestra atención se ve traspasada por el acontecimiento físico o el comportamiento físicas de la persona que nos altera emocionalmente, en vez de fijarse en la reacción emocional que experimentamos como consecuencia.

 Es la superficie de nuestra experiencia vital la que nos traspasa. Por eso tenemos que adiestrarnos para ir más allá de la superficie, porque lo que emerge en la memoria es siempre la firma emocional de la circunstancia perturbadora, no el acontecimiento físico, ni el comportamiento de la persona en sí.

Sólo podemos acceder a nuestros recuerdos más antiguos en la forma de señales emocionales y, por ello, tenemos que aprender a ser conscientes de las corrientes emocionales que fluyen por detrás de las escenas de nuestra experiencia física del mundo.
El mundo físico es, por naturaleza, un mundo de cambios constantes; por tanto, si nos concentramos en la superficie de cualquier evento, lo más probable es que supongamos que lo que nos está ocurriendo en un momento dado es una situación nueva.

 Sin embargo, el hecho de que ciertas circunstancias nos perturben emocionalmente, mientras que otras no lo hacen, y el hecho de que reaccionemos emocionalmente de forma automática ante estas circunstancias específicas, son evidencia suficiente de que lo que está ocurriendo en ese momento no es algo nuevo, sino algo que nos dispara emocionalmente debido a que es un reflejo de algo que preferiríamos no recordar, y de ahí que nos sintamos molestos con ello. Un suceso así es siempre un reflejo, y nuestra reacción ante él es, por tanto, una proyección. 


Cualquier suceso de nuestra vida que nos dispare emocionalmente de un modo negativo es siempre un mensaje del pasado que se nos comunica en el presente.

A menos que los recuerdos reprimidos puedan salir a la superficie y ser integrados conscientemente, seguirán alimentando el sistema de creencias negativas que nos hacen daño. La naturaleza de estas experiencias las hace desagradables en un principio, pero son experiencias que se dan para liberarnos, no para humillarnos.

Todas las circunstancias de nuestra vida forman parte de una obra teatral que se está representando deliberadamente por nuestro bien, hasta el punto de que podemos ver reflejado fuera de nosotros mismos lo que habíamos reprimido y ocultado en nuestro interior.

Estas proyecciones, sólo tienen un significado real para nosotros, de tal modo que  si le preguntásemos al “mensajero”, nos miraría como si estuviésemos locos, porque el suceso en su conjunto y las implicaciones que el suceso tiene para nosotros son del todo inconscientes para la persona en la que se han reflejado nuestros recuerdos del pasado. Nuestro inconsciente las atrae para poder resolver lo doloroso de la niñez.

 Los más importantes actores de este drama escenificado son nuestra familia más cercana, nuestros amigos íntimos y las personas con las que convivimos en nuestro trabajo. Sin embargo, podemos atraer inconscientemente cualquier cosa o  cualquier persona en el mundo exterior para dirigir nuestra atención a una situación interna no integrada.

Poco a poco nos daremos cuenta que nuestros reflejos no son reales, si bien nuestras proyecciones tienen un verdadero impacto y unas consecuencias reales.

Reaccionar ante las personas o las circunstancias que nos perturban emocionalmente es como «disparar a los mensajeros». Al darnos cuenta de esto, conviene en vez de reaccionar,  aprender  a «responder».

La diferencia clave entre una reacción y una respuesta es: 

-  Una reacción es un comportamiento inconsciente en el cual nuestra energía se dirige hacia fuera, hacia el mundo, en un intento de defendernos de otra persona, o bien de atacarla. Una reacción es un drama que se representa con la intención de sedar o controlar la naturaleza desagradable de nuestras experiencias. El tema central de todo comportamiento reactivo es la culpa o la venganza.

- Una respuesta es la decisión consciente de contener e interiorizar constructivamente nuestra energía con la intención de utilizarla para integrar y liberar nuestra inconsciencia. El tema de todo comportamiento de respuesta es la responsabilidad.

Conviene observar en nuestro  discurrir cotidiano, como nos enfrentaremos a determinadas situaciones que atraerán nuestra atención, para poder trabajar con ellas interiormente. En general, la reacción emocional nos resultará desagradable o incómoda y  reaccionamos inconscientemente en contra ante estas situaciones, pero cuanto mas conscientes estemos, podremos responder de manera responsable. 


Por ello, es importante que comprendamos de qué modo salen a la superficie de la conciencia los recuerdos profundamente reprimidos: no emergen como imágenes dentro de nuestra cabeza, sino como situaciones o circunstancias que surgen en 
nuestro discurrir cotidiano,y también bajo el disfraz del modo en que las personas 
se comportan en nuestras experiencias externas del mundo.

Aprender a identificar a los «mensajeros» a medida que aparezcan en nuestra experiencia vital, nos  permitirá percibir a la larga lo que está ocurriendo realmente por debajo de la superficie de las circunstancias físicas del mundo. Esta habilidad es esencial, porque nos permite diferenciar lo que está ocurriendo realmente de lo que es el reflejo de un recuerdo, y podremos extraer entonces nuestra conciencia de las ilusiones generadas por ese sueño que llamamos tiempo.  
Los mensajeros son fáciles de identificar porque se materializan en cualquier acontecimiento o cualquier comportamiento de otra persona que nos perturba emocionalmente.

Nadie culpa a su cartero por las facturas que le lleva, ni culpamos al espejo por la imagen que nos pueda devolver. Del mismo modo, es absurdo reaccionar ante nuestros reflejos en el mundo. 
Es importante aprender a captar el mensaje. En principio, ésta puede ser una tarea ardua porque, normalmente, estaremos habituados a reaccionar automáticamente cada vez que se nos perturbe emocionalmente.


Cómo entender el mensaje?

Se requiere presencia, atencion

1. Hemos de dejar de centrar nuestra atención en el mensajero (el evento físico o el comportamiento de la persona).
2. No hacer caso a la  voz que resuena en nuestra cabeza instándonos a reaccionar (el evento mental).
3. Prestar atención al cómo nos estamos sintiendo a consecuencia de la interacción que desencadena nuestras emociones (el evento emocional).



 Recibir el mensaje

Podemos comenzar haciéndonos la siguiente pregunta cada vez que nos sintamos emocionalmente perturbados: 

«¿Qué reacción emocional concreta ha desencadenado dentro de mí este acontecimiento o esta persona?». 

Utilizamos una palabra que describa lo que estamos sintiendo y la decimos en voz alta, (este es el mensaje) por ej. Me siento triste, me siento enojado, me siento impotente, me siento triste, me siento asustado, me siento solo, me siento herido, etc., una palabra que  resuene con el estado emocional desencadenado. Sabremos cuándo hemos conectado con la palabra correcta porque nuestro cuerpo resonará físicamente  ante la reacción emocional que hemos descrito verbalmente en voz alta. Resonar quiere decir  que quizás sintamos un hormigueo en las manos, o cierta tensión en el plexo solar, o bien un incremento en el latido cardíaco, cierto rubor en el rostro o cualquier otro indicio corporal.

Recoger la información contenida en este mensaje.

 Reconocer que la reacción emocional que el mundo externo ha disparado en nuestro interior no es algo nuevo en nuestra vida, sino que se trata de una reacción que se ha dado una y otra vez en el pasado.
Para verlo con claridad, nos hacemos la siguiente pregunta: 

«¿Cuándo fue la última vez que experimenté exactamente la misma reacción emocional?».  


Y descubriremos que nuestra mente nos lleva hasta un incidente previo. (si no podemos recordar la respuesta de inmediato, tendremos que permanecer con la mente abierta y dejar que la respuesta nos venga dada a través de nuestro instructor interior cuando menos lo esperemos.) Sin recrearnos en los detalles físicos de ese acontecimiento previo que se nos muestra, y sin entrar en una larga conversación mental con nosotros mismos acerca de ello, reconocemos que tuvimos una reacción emocional idéntica y seguimos buscando en nuestro pasado  preguntandonos: 

«Y, antes de este incidente, ¿cuándo experimenté una reacción emocional exactamente igual a ésta?». 

Si nos formulamos esta pregunta sucesivas veces, descubriremos poco a poco un patrón emocional recurrente que se remonta hasta nuestra infancia.
Si nos resulta difícil trazar este sendero emocional, puede deberse a que nuestra mente está demasiado centrada en el aspecto físico del camino. Las circunstancias o situaciones físicas que se adentran en nuestro pasado y que han desencadenado estas mismas reacciones emocionales recurrentes pueden no guardar parecido alguno. Metafóricamente, serán todas idénticas pero, al principio, puede costar descifrarlas, tenemos que centrar nuestra atención específicamente en el recuerdo de reacciones emocionales similares, en vez de explorar el pasado en busca de apariciones de «mensajeros» similares.

 Una idea muy útil, que nos ayudará a trazar un patrón emocional recurrente, es la que nos dice que cualquier circunstancia emocional clave se repite en nuestra vida cada siete años. Así pues, si tenemos problemas para remontarnos en el sendero de reacciones emocionales similares, podemos dar un salto siete años atrás desde la ocurrencia más reciente y buscar la tan familiar señal emocional, en la infancia, a veces es difícil pues bien  pudo ocurrir antes de que tuviéramos un mínimo dominio del lenguaje con el cual expresar o crear un concepto en torno a cualquiera de nuestras experiencias.



 El acontecimiento clave pudo acaecer durante el parto, o cuando teníamos uno o dos años, es decir, cuando interactuábamos con nuestro mundo exclusivamente desde un nivel emocional. Como tal, quedaría registrado como un sentimiento de difícil verbalización.

 Para obtener aún más información acerca de la reacción emocional recurrente que el mensajero ha puesto ante nuestra atención,  tenemos que dejar a un lado el acontecimiento íntegramente, y observarlo como lo haría una persona ajena al problema, y preguntarnos: 

-  «¿A qué me recuerda esto?». 
- «¿Quién habituaba a comportarse así conmigo, o con otros en mi presencia?».

Lo más probable es que las respuestas apunten inicialmente a acontecimientos que están ocurriendo ahora, en nuestras relaciones más corrientes. Pero, si seguimos investigando en nuestra experiencia vital, nos llevarán hacia atrás, a relaciones de nuestro pasado, para llegar a la relación inicial que mantuvimos con nuestra madre o nuestro padre, o bien con ambos.

Podremos ver que las emociones no integradas con las cuales hemos cargado toda la vida, tanto si están relacionadas con el miedo, como con la ira o con el dolor, se grabaron en nuestro interior  en la  interacción mantenida con nuestros padres, o bien cuando les vimos interactuar con otra persona. Todo comportamiento es aprendido, y aquí hay que incluir todas nuestras reacciones emocionales.
Éstos son nuestros dramas,  que representamos una y otra vez, cada vez que se pulsan los botones adecuados.

Ésta es la razón por la cual todos en este mundo vivimos hasta cierto punto sobre la base de la reacción. Mientras «vivimos en el tiempo», este mundo es un drama inconsciente en el cual el pasado y el futuro proyectado escriben el guión de nuestra experiencia vital actual.


«Captando el mensaje» podremos ver con claridad que todo cuanto desencadena en nosotros emociones negativas, forma parte de un patrón recurrente del pasado y que se perpetúa inconscientemente a través de nuestros recuerdos no resueltos y reprimidos de la infancia. Pero, en tanto no veamos esto con claridad por nosotros mismos, no podremos neutralizar el patrón en curso.

El mero hecho de poder verlo lo cambia todo, porque transforma lo inconsciente, y por tanto invisible, en consciente y visible.

Durante un tiempo, quizás sigamos representando estos dramas aprendidos en nuestra vida, pero ya no podremos hacerlo de forma inconsciente. Nos daremos cuenta de que estamos reaccionando en el momento en que estemos reaccionando, o poco después.

 Con el tiempo, podremos ver al mensajero, y seremos capaces de responder sanamente, en vez de reaccionar, porque  nos damos cuenta de que las reacciones emocionales que sentimos tienen que ver con las emociones no integradas que hemos estado reprimiendo durante años, desde nuestra infancia, y que en nuestra vida adulta,  llaman  nuestra atención bajo la forma de circunstancias externas y bajo la forma del comportamiento de los demás para que tengamos la oportunidad de verlos, reconocerlos e integrarlos.

En tanto en cuanto no nos demos la oportunidad de integrarlos, seguirán repitiéndose en nuestra experiencia adulta saboteando  mejores intenciones.

                                                          M. Brown


sábado, 2 de enero de 2016

Por qué es importante liquidar lo inconcluso del pasado?


                              

Vivir la realidad es eminentemente vivir el presente; es descubrir que sólo existe el presente y que el presente es una totalidad, y que ahora yo no estoy viviendo esa totalidad porque hay una parte de mi que está pendiente del pasado que llevo dentro no liquidado, y esa parte del pasado no liquidado que llevo dentro es la que se proyecta mecánica e inevitablemente en un deseo de futuro determinado, entonces, este juego de que mi pasado dentro se está proyectando hacia mi futuro, mi idea de futuro, está impidiendo que yo viva toda la realidad que soy, y que encuentre la plenitud en el presente.

Realizarse es eliminar toda esa carga, todo ese lastre que llevamos del pasado; y cuando eliminamos todo esto, la necesidad compulsiva de proyectar hacia el futuro desaparece, y entonces, la persona descubre la dimensión ilimitada del presente, del instante. Sólo existe el instante, pero estamos resbalando por encima de ese instante porque no tenemos disponibilidad interior para vivir la situación hasta el fondo y desde el fondo, entonces, esta inercia mecánica que está funcionando en mí, constantemente me hace interpretar el presente en función del pasado y proyectarlo en función del futuro y eso es una distorsión que me está impidiendo vivir mi propia realidad a fondo, ahora, mucho más la realidad de los demás y de las cosas, porque siempre el cristal estará empañado por un pasado que me está echando sus motas negras.
                  
                                             

Lo que afecta a la mente no es el que existan percepciones y fenómenos de conciencia, lo que afecta a la mente son todas las cosas vividas que yo no he liquidado, son todos los asuntos pendientes, deseos y temores que subsisten dentro, todo lo que son experiencias no finiquitadas, o sea no vividas del todo, no digeridas del todo.

Cuando era pequeño y luego de grande porque ya lo he aprendido, cuando tengo una experiencia desagradable, procuro olvidarme de ella, cuanto más pronto mejor, entonces, busco un estímulo que me sustituya esa cosa desagradable y esto impide que yo viva aquella experiencia desagradable del todo, que haga la digestión mental de ello, entonces esto yo lo corto, quiero que no exista porque es desagradable, lo estoy inhibiendo y así corto su digestión consciente; esto quedará allí, cortado, inhibido, no seré consciente de ello, pero estará empujando desde dentro constantemente y se traducirá en una tendencia a desear o temer, según sea la experiencia.

                        

Si es una experiencia de dolor proyectará en mí el miedo a todas las situaciones similares a esa, inevitablemente, sin saber por qué; si la experiencia es agradable proyectará mi deseo hacia esa experiencia agradable para que esta se repita una y otra vez. Como nuestra vida está llena de cosas agradables y desagradables que no hemos vivido a fondo, nuestra mente es un tejido, una red que está llena de cosas pendientes y es por eso que nuestra cabeza no para nunca, y esto viene de toda la agitación interior que hay constantemente y afecta hasta el dormir en profundidad, porque hay tal cantidad de material dentro que está tratando de liquidarse, incluso a nivel inconsciente que no se puede llegar a descansar en profundidad.

Porque todo asunto interior que no se ha vivido totalmente, tiende a quererse vivir totalmente, entonces es esa dinámica interior que me está proyectando compulsivamente hacia algo, lo que interfiere; no es el recuerdo del pasado, es la agitación mental, emocional, vital que está implicando este pasado no completado, no vivido totalmente. Ej. Si yo he tenido problemas de sentirme disminuido, menospreciado, habrá en mí una absoluta necesidad de resolver esa situación, y resolverla definitivamente, porque sino, estaré repitiendo el mismo problema una y otra vez, y mientras yo no elimine la situación a fondo, eso actuará compulsivamente a pesar mío.          (A. Blay)



TERAPIA DE INTEGRACIÓN PSICO- EMOCIONAL
   Juana Ma. Martínez Camacho
    Terapeuta Transpersonal
  (Escuela Española de Desarrollo Transpersonal)
  Especialista en Bioneuroemoción
  (Instituto Español de Bioneuroemoción)
 Facilitadora Internacional CMR (Liberación de la 
                                   Memoria Celular)
 (Cellular Memory Release) 
              
  www.centroelim.org        Telf.  653-936-074










                 

martes, 29 de diciembre de 2015

El sendero de la conciencia- El ciclo de los 7 años (M.Brown)


El sendero de la conciencia es muy fácil de identificar cuando se observa el desarrollo normal de un niño recién nacido. Aunque nuestros cuerpos emocional, mental y físico son ya evidentes y se desarrollan simultáneamente junto con cada uno de los demás desde el momento del nacimiento, existe un sendero específico que utiliza nuestra conciencia individual para moverse conscientemente dentro de ellos. En primer lugar, el niño llora (emocional); luego, aprende a hablar (mental), y sólo entonces aprende a caminar (físico). Así pues, el sendero de la conciencia va:
 
De lo emocional a lo mental, y de lo mental a lo físico. 

Cuando salimos del vientre de nuestra madre, somos básicamente seres emocionales. Lo único que somos capaces de hacer es emocionarnos. No disponemos de un lenguaje verbal ni de sus conceptos asociados para identificar nuestras experiencias ni para comunicarnos efectivamente con ellas. Ni disponemos de las habilidades motrices para participar físicamente en nada.
 Nuestra experiencia del mundo es simplemente la de la energía en movimiento, en moción, o emoción. Y permanecemos en este estado puramente emocional hasta que reconocemos algo.

Así pues, nuestra conciencia comienza en la esfera emocional. La entrada en el siguiente estadio del sendero de la conciencia, es decir, en la esfera mental, tiene lugar cuando aprendemos a utilizar deliberadamente nuestras emociones para conseguir un resultado concreto. Cuando sucede esto, las emociones dejan de ser un reflejo reactivo ante nuestras circunstancias, para convertirse en un medio de respuesta y, de ahí, dirigir el resultado de nuestras experiencias. Es decir, en el momento utilizamos deliberadamente el llanto o la sonrisa como un instrumento de comunicación para manipular conscientemente nuestra experiencia vital, dejamos de ser puramente emotivos, es decir, estamos participando también mentalmente en nuestra experiencia.


 La entrada en la esfera mental se concreta cuando aprendemos la primera palabra. Nuestra primera palabra es el acto de ponerle nombre a algo, y es normal que le pongamos nombre a aquello que reconocemos, simplemente porque lo reconocemos. El ser capaces de nombrar aquellos aspectos de nuestra experiencia que reconocemos demuestra que se ha abierto la puerta a la siguiente fase del sendero de la conciencia: la esfera física.
El ser capaces de reconocer y de nombrar los aspectos de nuestra experiencia se debe a que estos aspectos específicos ya no se nos muestran como energía en movimiento. En el momento le ponemos nombre a algo, es porque vemos no tanto su aspecto de energía en movimiento como su aspecto de materia sólida. Le ponemos nombre a algo porque nos «importa». El reconocimiento, y el posterior acto de nombrar algo, es la consecuencia de reconocer que lo que una vez fue energía en movimiento se ha transformado milagrosamente en lo que parece ser materia sólida, densa y estacionaria.


Una parte de ese proceso de entrada en esta experiencia del mundo se debe a que, de algún modo, nos hemos hecho adictos a «hacer todo materia». Esta adicción es la que nos permite entrar perceptivamente y tener una experiencia física aparentemente sólida de un paradigma que es en realidad luz y sonido, o lo que es lo mismo, ondas de energía luminosa, vibratoria, en movimiento.
 Para entrar en la experiencia física, tenemos que crear literalmente el efecto ilusorio de «detener el mundo». Como niños, y una vez nuestra percepción ha detenido literalmente el mundo y ha comenzado a nombrarlo, gateamos curiosamente hacia aquello que hemos nombrado para tener un encuentro personal con ello. Este movimiento hacia fuera de nuestra atención y nuestra intención, que viene disparado por la curiosidad, es lo que nos saca de la pura experiencia emocional y mental hasta el tercer estadio del sendero de la conciencia: la esfera física.

Necesitamos la curiosidad para hacer literalmente el esfuerzo de dar nuestros primeros pasos en un mundo que nos interesa (un mundo material). Y el proceder externo del mundo reconoce inconscientemente ese sendero de la conciencia, que nos lleva de lo emocional a lo mental y de lo mental a lo físico para entrar en la experiencia de este mundo.
 El reconocer el modo en que el mundo lo reconoce revela lo que denominamos como el ciclo de siete años.
 

EL CICLO DE SIETE AÑOS


La experiencia puramente emocional, que comienza para nosotros en el mismo momento en que abandonamos el útero materno, disminuye, y en muchos casos cesa su desarrollo, cuando alcanzamos la edad de siete años. A los siete años, termina oficialmente la infancia. A partir de entonces, pasamos a ser «muchachitos» y «muchachitas». Ésa es la razón por la cual comenzamos la escolarización a esta edad, porque este momento de nuestra vida marca el punto en el cual dejamos de desarrollar el cuerpo emocional, dejamos la infancia, para centrarnos más en el desarrollo del cuerpo mental.

 Desde los siete años hasta los catorce, aprendemos a desarrollar y a dominar mentalmente los fundamentos de nuestras habilidades en la trinidad de la comunicación: hablar, leer y escribir. También aprendemos a comportarnos del modo que se estima aceptable y adecuado para la sociedad en la cual hemos nacido. Estos siete años de intensa concentración en los fundamentos de nuestras habilidades mentales se reenfocan de nuevo en lo que llamamos la pubertad.

A partir de los catorce años más o menos, nuestro desarrollo mental comienza a centrarse en lo que los demás consideran que tenemos que saber para que asumamos un papel físico significativo en la sociedad. 
Este ajuste de enfoque viene marcado por un incremento en la conciencia física que tenemos del entorno y de la relación que mantenemos con él. Los cambios hormonales que tienen lugar en el organismo en torno a los catorce años de edad marcan la salida del ciclo de aclimatación y socialización mental de siete años y la entrada en nuestro tercer ciclo de siete años.

Este tercer ciclo intensifica el desarrollo de nuestra relación con el mundo físico externo y, a partir de entonces, se nos declara «adolescentes». Durante este tercer ciclo de siete años, nos hacemos conscientes de nuestro cuerpo físico y de nuestro lugar físico en el mundo, y también durante este período nos sentimos atraídos o repelidos por otros seres humanos. Es aquí donde elegimos un grupo, y también es durante este ciclo cuando se pone el énfasis en averiguar cómo vamos a asumir nuestro papel de seres humanos físicamente capaces y responsables.

La clausura de este tercer ciclo de siete años se suele reconocer con la celebración de nuestro vigésimo primer cumpleaños y con la declaración de habernos convertido en adultos jóvenes.


El primer ciclo de siete años de nuestra infancia, el ciclo emocional, es el punto causal de todas nuestras experiencias desagradables del presente.

Todas las semillas emocionales que se plantaron entonces y que no se integraron conscientemente en nuestra experiencia han hecho brotar los sistemas mentales de creencias negativos que, a su vez, se han manifestado en las condiciones o circunstancias físicas desequilibradas que experimentamos justo ahora.

Emocionalmente, no nos ocurre nada nuevo a la mayoría de las personas desde que salimos de nuestro primer ciclo de siete años. Veremos que, aunque pueda parecemos que pasamos constantemente por circunstancias y experiencias físicas novedosas, nada cambia realmente en el nivel emocional. 
Emocionalmente, estamos repitiendo cada siete años el mismo ciclo que quedó impreso en nuestro cuerpo emocional durante los primeros siete años de nuestra experiencia vital. Y cuando aprendemos a identificar la corriente emocional subterránea que impregna todas nuestras experiencias mentales y físicas, vemos con claridad que sólo parece que estemos creciendo y que estemos teniendo experiencias variadas y diferentes.

Para cuando llegamos a los catorce años de edad, nuestra atención y nuestra intención se traspasan literalmente a las circunstancias físicas de nuestra vida.
Como adultos, sólo vemos la superficie, la parte sólida de las cosas. Y debido a que el mundo físico, por su propia naturaleza, parece estar cambiando en todo momento y da la impresión de renovarse a cada momento, se genera la ilusión del_cambio constante. Pero se trata de una estratagema del mundo físico. Es la gran ilusión, el gran espejismo. En Oriente, llaman a esto maya.

El niño que hay dentro de nosotros tuvo que morir para poder hacerse aceptable como adulto. Y ahora nos toca a nosotros atravesar los barrotes de la prisión perceptiva de adultos que nos hemos creado para liberar a nuestro yo infantil de la prisión de las ilusiones.
 Si obtenemos la experiencia necesaria para rescatar nuestra inocencia, podremos entrar en un paradigma totalmente nuevo, un paradigma en el cual la inocencia y la experiencia vienen a descansar sobre los platillos de la balanza de la sabiduría. Sólo si llevamos a cabo un viaje consciente que nos introduzca en la dinámica de nuestras corrientes emocionales subterráneas podremos comprender por qué decimos una y otra vez, u oímos a otros decir: 

«No sé por qué esto siempre me pasa a mí» 

O bien: 

«¿Por qué se repite esto una y otra vez?»

Es el contenido emocional no integrado de nuestra experiencia vital el que se repite constantemente y nos lleva a manifestar un desequilibrio mental y físico.
Una vez nos percatamos de que estamos recreando inconscientemente las resonancias emocionales de nuestra infancia, hemos dado el primer paso para despertar de este sueño. Entonces, nos daremos cuenta de que es inútil entrometerse con las circunstancias físicas de nuestra vida exterior para conseguir un cambio real en la calidad de nuestras experiencias.

Las circunstancias físicas desagradables que hay en nuestra vida justo en este momento son la manifestación física de los fantasmas emocionales del pasado. Podemos perseguirlos hasta la extenuación, pero sabemos ya que todas esas acciones, todos esos movimientos y conmociones, todos esos dramas, no resuelven nada.
La razón principal de por qué las experiencias emocionales de los primeros siete años de la vida siguen sin ser digeridas es porque este mundo en el que entramos no es exclusivamente una experiencia emocional, dado que posee también potentes componentes mentales y físicos. Para integrar plenamente nuestras experiencias aquí, tenemos que ser capaces de abrazarlas emocional, mental y físicamente.
Durante el primer ciclo de siete años disponemos de unas potentes capacidades emocionales, pero nuestras capacidades mentales y físicas aún no se han desarrollado. Éste es el motivo por el cual el mundo interviene y zanja nuestro intenso desarrollo emocional en torno a los siete años de edad, porque, si no lo hace, no nos concentraremos en el desarrollo de nuestras capacidades mentales y físicas que nos permitan convertirnos en seres plenamente integrados.

En este punto del discurso, convendrá llamar nuestra atención sobre la idea de que tenemos otro ciclo basado en el siete que precede al ciclo emocional que comienza en el momento del nacimiento. Se trata del ciclo vibratorio de siete meses. Este ciclo comienza en el momento en que nuestra conciencia entra en la experiencia uterina, más o menos dos meses después de la concepción.
 El ciclo emocional de siete años, que comienza cuando nacemos en este mundo, es una repetición del patrón vibratorio impreso en nosotros durante estos siete meses en el útero.


Es necesario limpiar el cuerpo emocional para recuperar el equilibrio en la calidad de nuestra experiencia vital.
La razón principal por la que no vivenciamos en este momento la alegría, la abundancia y la salud sin esfuerzo en nuestra experiencia vital estriba en la carga emocional negativa que albergamos. Esta carga emocional negativa es una obstrucción en nuestro cuerpo emocional, una obstrucción que genera resistencia. Y, debido a que no sabemos cómo tratar con ella, nos resistimos a ella reprimiéndola de nuestra conciencia. Toda esta resistencia se va acumulando y va generando tensión, y esta tensión nos causa malestar. Para enfrentarnos a ese malestar, hemos intentado ser felices, aparentar que estamos bien y hacer dinero suficiente, intentando sentirnos bien con nuestra experiencia vital.

En tanto esta carga emocional negativa domine inconscientemente nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones, la vida nos seguirá pareciendo un esfuerzo constante por satisfacer la interminable erupción de necesidades que emergen desde nuestro interior.

Bajo estas circunstancias, no es posible que haya una alegría, una abundancia y una salud reales. A diferencia de esa interminable búsqueda de la felicidad, de dinero y de un aspecto perfecto, la alegría, la abundancia y la salud verdaderas no son un medio para alcanzar un fin. De ahí que sólo se experimenten cuando estamos verdaderamente en paz con el instante en el que nos encontramos.

 La alegría, la abundancia y la salud son subproductos de la conciencia del instante presente y, al igual que nuestra presencia interior, están ya dentro de todos y cada uno de nosotros. Es nuestra atención la que se halla en cualquier otra parte.


Vivimos en una sociedad de gratificaciones instantáneas y, por otra parte, llevamos demasiado tiempo sufriendo ese malestar emocional y, hasta cierto punto, todos vivimos en una silenciosa desesperación. Afortunadamente, como bien nos ha enseñado nuestro pasado, no ha habido soluciones fáciles ni rápidas para nuestras circunstancias actuales que hayan tenido un impacto real y duradero en la calidad de nuestra experiencia vital. Hay multitud de rutas de escape, pero no hay paz en ninguna de ellas. Ésta es la fría y dura realidad del cuerpo emocional: que no hay manera de sortearlo. 

La única salida pasa por atravesarlo. 

Sólo mirando profundamente en tu interior puedes profundizar en tu relación contigo mismo.
Debido a que hemos convertido la supresión de recuerdos no deseados en una sutil forma de arte, los recuerdos inconscientes, durante un proceso terapéutico, se manifiestan  a través de nuestras circunstancias externas o en la manera de comportarse de la gente que nos rodea, experimentando el pasado que no hemos resuelto, el inconsciente proyecta lo no resuelto, para que pueda verlo en el exterior.
Aunque creamos que tuvimos una buena infancia, el hecho de haber nacido en un mundo condicional implica que todos hayamos tenido experiencias físicas, mentales o emocionales desagradables. Nuestra auténtica esencia estriba en que somos seres incondicionales y, por tanto, el paso por cualquier experiencia condicional resulta traumático en algún nivel.

Durante los siete primeros años de nuestra vida, todas y cada una de las experiencias desagradables que tuvimos a raíz de nuestra entrada en este mundo condicional quedaron impresas en nuestro cuerpo emocional y afectan a su estado.
Así pues, en nuestro cuerpo emocional es donde se guarda el registro de aquellos acontecimientos.
Cuando, durante nuestro crecimiento, llega el momento en que estamos preparados para superar las limitaciones que esas experiencias de la infancia puedan estar imponiendo aún en nuestras percepciones actuales, iniciamos un profundo viaje al interior de nuestro cuerpo emocional.

Cuando cambiamos una parte de cualquier aspecto de nuestra experiencia, cambiamos simultáneamente el estado del conjunto total.