Los sentimientos
de desvalorización,
confusión y
falta de propósito son esperables
en un chico que está siendo juzgado y condenado diariamente. Para contrarrestar los efectos de esta
programación,
muchos de nosotros
hemos creado una máscara
de poder, eficiencia
y sonrisas
felices, y tratamos interminablemente de empujarnos, a nosotros
mismos y a los
demás,
a creer que valemos cuando cumplimos aquello que se nos dijo que debíamos cumplir.
Esta programación detona en nosotros
una resonancia
de insatisfacción crónica, en la
que siempre necesitamos
que algo o alguien nos completen.
Creemos que, si tenemos más dinero,
un cuerpo diferente, un trabajo mejor, una relación de pareja mejor, una
casa mejor o algo más, entonces nuestras vidas estarán completas.
Inconscientemente buscamos sin parar el éxito y la riqueza y a esa alma
gemela que nunca llega. En resumidas
cuentas,
el mensaje es:
“Soy defectuoso,
lo que soy
no es suficiente y algo falta
en mi vida”.
El
resultado es un profundo estado de vacío y desconexión de la
vida, con una mezcla
de miedo,
ansiedad y frustración.
Este estado incluso tiene un nombre aceptado en nuestra cultura: se llama
estrés.
Una vez que aprendemos a autocondenarnos, vivimos en estrés.
Además, ahora somos
parte de un antiguo ritual de nuestra cultura que consiste en buscar siempre lo que falta en nuestras vidas y desestimar lo que sí tenemos. Cada
vez que elegimos tomar parte de este ritual, cambiamos el
poder de la vida abundante por aquello que deberíamos o podríamos
tener si las cosas
hubieran sido diferentes. Esto crea un profundo estado de autotortura.
Cada vez que juzgamos
negativamente cualquier aspecto de nosotros mismos –nuestras cualidades mentales, nuestras actitudes
emocionales
o nuestra apariencia física– inmediatamente todo el sistema cuerpo-mente (que es esencialmente carga emocional positiva) se pone en “estado de alerta”, porque le estamos diciendo que hay algo errado o equivocado. Simultáneamente,
todo el sistema empieza a buscar en su banco de datos –la memoria celular–
algo del pasado que sintonice con el
error del que acaban de hacerlo responsable.
Estos
defectos pueden ser recuerdos de esta
vida o información genética antigua,
que a
veces se remonta
a incontables
generaciones.
Cuando,
a través de este “barrido”, se encuentra
esa información, ésta es
“resucitada”, “revivida”,
y traída al presente como evidencia de que es
cierto que “hay
algo errado en mí”.
La curación es
un proceso natural
automático, así que, cuando se da una cierta vibración, se espera
el apoyo del
resto del sistema, especialmente de la mente racional,
puesto que es ella
la que habitualmente toma las decisiones.
Sin embargo, en nuestra civilización,
la mente no está
preparada
para tratar con memorias celulares o ancestrales, porque su programación no tiene información al respecto.
En síntesis, cada vez que te dices que hay algo equivocado en ti, estás
creando la
posibilidad de que la enfermedad o la infelicidad sean “resucitadas”
de los archivos
atávicos.
Este auto-juicio negativo es
un lento suicidio, como afirma claramente Lynn Grabhorn en su libro Excuse Me,
Your Life is Waiting (‘Disculpe, su vida lo está aguardando’):
“La autocondenación,
cualquiera que sea su forma, es un lugar cómodo para estar cuando no queremos
tomar ninguna responsabilidad sobre nuestra vida. Podemos meditar,
cantar, utilizar cristales e
incienso, hacer ejercicios especiales, utilizar
afirmaciones que proclaman nuestra eterna divinidad; sin embargo, mientras nos
juzguemos a nosotros
mismos, el poder interno y la liberación serán nada más que palabras. No hay ninguna
manifestación o deseo que se pueda llegar a cumplir mientras estés en estado de
desaprobación de ti mismo. Ninguna abundancia,
bienestar interno ni buena salud, y muy poca alegría podrás esperar”.
Sanación-
transformación
El dolor puede ser nuestro guía y maestro. A través de las experiencias de dolor, algo de lo más profundo de nosotros puede abrirse paso hasta nuestra conciencia
y brillar. El dolor puede ser nuestro aliado, nuestro guía y maestro.
Cuando es experimentado de manera consciente es,
paradójicamente, el portal
que da a la liberación del
sufrimiento.
El
dolor que es vivido conscientemente nos
conduce a
un lugar que es como nuestro hogar, como si
estuviéramos “de vuelta en casa”.
La mayor parte de la humanidad vive en un estado de sufrimiento inconsciente que en su mayor parte es
artificial.
Sabios
y maestros espirituales
de todos los
tiempos
han dicho que este estado es como un ensueño,
una fantasía o un producto de la imaginación. En el
hinduismo, por ejemplo, se dio el
nombre de maya a esa
“obra de teatro”,
creada por los dioses,
que es
el mundo,
sólo el escenario de un juego divino.
Pero, más
allá del
nombre que le demos, es un estado
del ser desde donde hacemos lo imposible para
ser diferentes de lo que somos en realidad.
Así
vivimos nuestras vidas,
profundamente identificados con lo que no es verdad, como presas
de un trance hipnótico o un conjuro.
Y es posible que permanezcamos
en ese estado hasta el
final de nuestra vida. De hecho, la mayoría de la humanidad así
lo hace.
• Ejercicio
Tómate un momento
para apreciar la diferencia entre el estado de ensueño y el estar aquí y ahora.
* Respira profundo. Siente tu cuerpo… ¿Cómo
lo sientes?
¿Qué sensaciones experimentas y dónde?
¿En qué lugar de tu cuerpo hay relajación, y en qué
lugar, tensión?
(Si experimentas calma, siente si es calma real o si es adormecimiento.) Siente tu respiración.
* Ahora, mientras parte de tu atención está puesta en
las sensaciones de tu cuerpo –tu espacio interno– empieza a reconocer poco a poco el espacio exterior.
* ¿Qué está pasando exactamente ahora dentro de tu cuerpo
y fuera de él? Captura estas
percepciones, obsérvalas por un momento y siéntelas. Respira.
* Éste
es el comienzo del estado de
presencia.
Transformar el dolor
Cuando uno empieza a saber cómo transformar el dolor, lo que era un “estorbo” empieza
a convertirse en un regalo. El dolor físico,
la tristeza, el enojo y el
temor se transforman en oportunidades de sanarnos y acceder a nuestro potencial
verdadero. Esto nos
da la posibilidad de despertar a un concepto más
profundo de nuestro ser interno, el cual,
paradójicamente quizás,
necesitaba no estar del todo sano o no ser feliz para
emerger con toda su elocuencia.
Para
transformar el dolor necesitamos sentir en
el momento la incomodidad presente en nosotros. Eso se consigue sumergiéndose en ella, en lugar de luchar para alejarla.
Tenemos que zambullirnos hacia el centro de la incomodidad con toda nuestra presencia y toda nuestra atención. Ir hacia lo más profundo de la incomodidad sin analizar o interpretar de dónde viene, por qué viene o cuál es la razón de su existencia. Es sintiéndola y atravesándola como podemos sanar...
Memoria de las Celulas- Luis Diaz
Juana Ma. Martínez Camacho
Terapeuta Transpersonal
(Escuela Española de Desarrollo Transpersonal)
Especialista en Bioneuroemoción
(Instituto Español de Bioneuroemoción)
Facilitadora Internacional CMR (Liberación de la Memoria Celular)
(Cellular Memory Release)
www.centroelim.org
Telf. 653-936-074
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