Por definición, las emociones
son producto de nuestras experiencias del pasado en la vida.
Cuando estás experimentando
algo, el cerebro recibe una información vital del mundo exterior a través de
cinco vías sensoriales (vista, olfato, oído, sabor y tacto). Cuando esta
información sensorial acumulada llega al cerebro y es procesada, se crean redes
neurales con una estructura en particular que reflejan el evento del exterior.
En cuanto estas células nerviosas se conectan, el cerebro libera unas
sustancias químicas.
Estas sustancias químicas las denominamos una
«emoción» o un sentimiento.
Cuando estas emociones te
inundan el cuerpo de sustancias químicas, detectas un cambio en tu estado
interior (estás pensando y sintiendo de distinta manera que momentos antes).
Cuando adviertes este cambio en tu estado interior, te fijas en quién o qué lo
ha causado del mundo exterior. Cuando te identificas con aquello del mundo
exterior que ha causado el cambio interior, esto se denomina recuerdo.
Neurológica y químicamente
registras esta información del exterior en el cerebro y en el cuerpo. De este
modo te acuerdas de la experiencia mejor, porque recuerdas cómo te sentiste
cuando sucedió, los sentimientos y las emociones son un registro químico de las
experiencias pasadas.
Por ejemplo, estás esperando a
tu jefe para presentarle el informe de tu rendimiento en la empresa. Cuando
llega ves que tiene la cara colorada y que está incluso irritado. Mientras te
habla gritando, adviertes que el aliento le huele a ajo. Te acusa de haber
cuestionado su autoridad delante de otros empleados y te espeta que no te
ascenderá. En este momento te pones nervioso, te tiemblan las rodillas y te
sientes mareado. El corazón te martillea en el pecho. Te sientes asustado,
traicionado y furioso. Todo este cúmulo de información sensorial —todo cuanto
estás oliendo, viendo, sintiendo y oyendo— cambia tu estado interior.
Asocias esta experiencia
exterior con el cambio de cómo te estás sintiendo en tu interior y esto te
marca emocionalmente.
Al regresar a casa, vuelves a
recordar la experiencia. Cada vez que lo haces, te acuerdas de la mirada
acusadora e intimidante de tu jefe, de sus gritos, de lo que te dijo e incluso
del olor que despedía. Vuelves a sentirte asustado y enojado, produces la misma
química en el cerebro y el cuerpo como si estuvieras aún presentándole el
informe. Como tu cuerpo cree estar viviendo la misma experiencia una y otra
vez, lo condicionas a vivir en el pasado.
Analicemos esta situación un
poco más. Considera tu cuerpo como la mente inconsciente o como un sirviente
objetivo que sigue las órdenes de tu conciencia. Es tan objetivo que no
distingue las emociones provocadas por las experiencias del mundo exterior de
las generadas por tus pensamientos en tu mundo interior. Para el cuerpo son lo
mismo.
¿Qué ocurre si este ciclo mental
y emocional de pensar y sentir de haber sido traicionado sigue dándose durante
años? Si sigues aferrándote a esta experiencia con tu jefe o reviviendo esos
sentimientos día tras día, le estás enviando continuamente unas señales a tu
cuerpo por medio de las sustancias químicas de unos sentimientos que relaciona
con el pasado. Como esta continuidad química le hace creer al cuerpo que sigue
experimentando el pasado, continúa reviviendo la misma experiencia emocional.
Cuando tus pensamientos y sentimientos
memorizados obligan constantemente al cuerpo a «vivir» en el pasado, se puede
decir que el cuerpo se convierte en el recuerdo del pasado.
Si estos sentimientos
memorizados de traición han estado dirigiendo tus pensamientos durante años, tu
cuerpo ha estado viviendo en el pasado las veinticuatro horas del día, los
siete días de la semana, cincuenta y dos semanas al año. Hasta que con el paso
del tiempo tu cuerpo se queda anclado en el pasado.
Cuando re-creas repetidamente
las mismas emociones de siempre hasta no poder pensar más allá de lo que
sientes, tus sentimientos se convierten en los medios de tus pensamientos. Y
como tus sentimientos son un registro de
experiencias vividas, estás pensando en el pasado. Y según la ley cuántica,
sigues creando más pasado.
En pocas palabras: la mayoría de
las personas vivimos en el pasado y nos resistimos a vivir en un nuevo futuro.
¿Por qué? Porque el cuerpo está tan acostumbrado a memorizar los registros
químicos de las experiencias pasadas que se acaba apegando a esas emociones. En
un sentido muy real, nos volvemos adictos a los sentimientos de siempre.
Y cuando queremos mirar hacia el
futuro y soñar con nuevas vistas y con bravos paisajes en una realidad no
demasiado lejana, el cuerpo, cuya moneda de cambio son los sentimientos, se
resiste a cambiar de pronto de dirección.
Los sentimientos y las emociones
no son en sí malos. Son producto de las experiencias. Pero si estamos siempre
reviviendo los mismos de siempre, no viviremos ninguna experiencia nueva.
Joe Dispenza
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