Conocer algo sobre tus genes y
qué es lo que les indica que se expresen o no es esencial para entender por qué
debes cambiar en tu interior.
La comunidad científica afirmaba
que los genes eran los responsables de la mayoría de las enfermedades. Pero
hace un par de décadas mencionó de manera informal que estaba en un error y
anunció que el entorno, al activar o desactivar unos genes en particular, es el
factor que más enfermedades causa. Ahora sabemos que menos del 5 por ciento de
las enfermedades actuales proceden de trastornos monogenéticos (como la
enfermedad de Tay-Sachs y la Corea de Huntington), y que alrededor del 95 por
ciento de las enfermedades están relacionadas con el estilo de vida, el estrés
crónico y factores tóxicos ambientales.
Pero los factores del entorno no
son más que una parte del problema.
¿Por qué cuando dos personas
están expuestas a las mismas condiciones tóxicas ambientales a veces una
enferma o contrae una dolencia y la otra no? ¿Cómo es que alguien con un
trastorno de personalidad múltiple muestra una grave alergia a alguna sustancia
en una de sus personalidades y en cambio en otra es inmune al mismo antígeno o
estímulo?
¿Por qué los médicos y los
profesionales de la salud no están constantemente enfermos, aunque la mayoría
estén expuestos a diario a agentes patógenos?
También existen numerosos
estudios que revelan que gemelos idénticos (que comparten los mismos genes) han
tenido experiencias muy distintas en cuanto a su salud y longevidad.
Tal vez no podamos controlar
todas las condiciones del entorno exterior, pero sin duda podemos decidir
controlar nuestro entorno interior.
Los genes: recuerdos del entorno del pasado
El cuerpo es una fábrica
productora de proteínas. Las células musculares generan proteínas musculares
llamadas actina y miosina, las células de la piel crean células epidérmicas
llamadas colágeno y elastina, y las células estomacales producen proteínas
estomacales llamadas enzimas. La mayoría de las células del cuerpo producen
proteínas y los genes son lo que utilizan para crearlas. Expresamos unos
determinados genes a través de células que producen unas proteínas en
particular.
La mayor parte de organismos se
adaptan a las condiciones ambientales por medio de cambios genéticos graduales.
Por ejemplo, cuando un organismo se enfrenta a unas condiciones ambientales muy
duras, como temperaturas extremas, depredadores peligrosos, presas rápidas,
vientos destructores, corrientes fuertes u otros factores, se ve obligado a
superar los aspectos adversos de su mundo para sobrevivir.
Como los organismos almacenan todas estas
experiencias en los circuitos del cerebro y en las emociones de su cuerpo, van
cambiando con el paso del tiempo. Si los leones intentan cazar presas demasiado
rápidas, al tener las mismas experiencias durante generaciones, desarrollan
unas patas más largas, unos dientes más afilados o un corazón más grande.
Todos estos cambios son producto de los genes
fabricando proteínas que modifican el cuerpo para que se adapte al entorno.
Numerosas especies de insectos
han evolucionado adquiriendo la habilidad del camuflaje. Algunos de los que
viven en los árboles y las plantas se han adaptado adquiriendo el aspecto de
ramitas o pinchos para que los pájaros no los detecten. El camaleón es
probablemente el «camuflador» más conocido y su capacidad de cambiar de color
procede de la expresión genética de las proteínas. En estos procesos, los genes
almacenan las condiciones del mundo exterior..
La epigenética sugiere que indicamos a los genes que reescriban nuestro
futuro.
Nuestros genes son tan
cambiantes como nuestro cerebro. Recientes investigaciones genéticas revelan
que distintos genes se activan en distintos momentos, que siempre están
cambiando y siendo influidos. Existen genes dependientes de las experiencias
que se activan cuando se da el
crecimiento, la curación o el aprendizaje, y genes dependientes de es Vetados
conductuales que son influidos durante el estrés, la estimulación emocional o
el sueño.
Uno de los campos más
investigados en la actualidad es la epigenética (significa literalmente «por encima de la
genética»), el estudio de cómo el entorno controla la actividad genética. La
epigenética contradice el modelo genético tradicional que afirmaba que el ADN
controla toda la vida y que la expresión genética tiene lugar dentro de la
célula.
Este antiguo conocimiento nos
condenaba a un futuro predecible en el que nuestro destino estaba condicionado
por la herencia genética y la vida celular estaba predeterminada.
En realidad, los cambios
epigenéticos en la expresión del ADN se transmiten a las generaciones futuras.
Pero ¿cómo se transmiten si el código
del ADN sigue siendo el mismo?
La epigenética nos permite
pensar en el cambio con más profundidad.
El cambio de paradigma
epigenético nos da la libertad de activar la actividad genética y cambiar
nuestro destino genético. Los genes no
se encienden ni se apagan, se activan por medio de señales químicas y ellos se
expresan a sí mismos de determinadas formas creando diversas proteínas.
Sólo por el mero hecho de
cambiar nuestros pensamientos, sentimientos, reacciones emocionales y conductas
eligiendo, por ejemplo, un estilo de vida más sano en cuanto a la nutrición y
al nivel de estrés, ya les estamos
enviando a las células nuevas señales, y éstas expresan entonces nuevas
proteínas sin cambiar el plano genético. Aunque nuestro código del ADN siga
siendo el mismo, en cuanto se activa una célula de una nueva forma al disponer
de una nueva información, la célula puede crear miles de variaciones del mismo
gen. Podemos indicarles a nuestros genes que reescriban nuestro futuro.
Al igual que algunas regiones
del cerebro no cambian y otras por el contrario tienen mayor plasticidad (son
susceptibles a los cambios por medio del aprendizaje y las experiencias), a los
genes les pasa lo mismo.
En nuestra genética hay partes
que cambian con más facilidad y otras que apenas lo hacen, lo cual significa
que cuestan más de activar porque hace más tiempo que existen en nuestra
historia genética. Al menos esto es lo que la ciencia afirma en la actualidad.
¿Por qué se activan unos genes en particular y otros no?
Si vivimos siempre en el mismo
estado tóxico de ira, en el mismo estado melancólico de depresión, en el mismo
estado vigilante de ansiedad o en el mismo estado desmoralizador de baja
autoestima, estas señales químicas repetitivas de las que he hablado presionan
los mismos botones genéticos que acaban activando ciertas enfermedades. Las
emociones estresantes, como ya sabes, activan unos genes en concreto,
desregularizando las células (desregularizar se refiere a alterar un mecanismo
regulador fisiológico) y creando enfermedades.
Cuando pensamos y sentimos de la
misma manera la mayor parte de nuestra vida y memorizamos los estados de
siempre, nuestro estado químico interior sigue activando los mismos genes, con
lo que continuamos fabricando las mismas proteínas.
Pero el cuerpo no puede
adaptarse a estas repetidas demandas y empieza a fallar. Si lo hacemos durante
diez o veinte años, los genes comienzan a desgastarse y fabrican proteínas «de
mala calidad».
¿Qué significa esto?
Piensa en lo que sucede cuando
envejecemos. La piel se vuelve fofa porque el colágeno y la elastina están
hechos con proteínas de mala calidad.
¿Qué les ocurre a los músculos?
Se atrofian. Aunque es lógico que suceda,
porque la actina y la miosina también son proteínas.
Emplearé una analogía para que
lo entiendas mejor. Las partes metálicas de tu coche se fabrican con una matriz
o un molde. Cada vez que la matriz o el molde se utilizan, son sometidos a unas
fuerzas, como el calor y la fricción, que acaban desgastándolos. Como habrás
adivinado, las partes de un coche se construyen con tolerancias que dejan muy
poco margen (la variación permitida en las dimensiones de una pieza).
Con el tiempo, esa matriz o ese
molde se desgastan hasta el punto de producir partes que no encajan bien con
otras. Al cuerpo le ocurre algo parecido. Debido al estrés o al hábito de estar
siempre enojados, asustados, tristes o en otro estado emocional, el ADN y los
péptidos utilizados para producir proteínas empezarán a funcionar mal.
El entorno exterior les envía
químicamente señales a los genes a través de las emociones de una experiencia.
Y si las experiencias de tu vida no cambian, las señales químicas que les
envías a los genes tampoco lo hacen. Tus células no reciben ninguna información
nueva del mundo exterior.
El modelo cuántico afirma que emocionalmente podemos enviarle señales al
cuerpo y alterar una cadena de acontecimientos genéticos sin necesidad de vivir
físicamente la experiencia relacionada con esta emoción.
No es necesario ganar una
carrera, que nos toque la lotería o que nos asciendan para sentir las emociones
producidas por estos acontecimientos.
Recuerda que puedes crear una
emoción sólo con el pensamiento.
Puedes sentirte feliz o agradecido
hasta tal punto que el cuerpo empieza a creer que está «viviendo» esa situación
en la vida real. Por esta razón, podemos indicar a nuestros genes que fabriquen
nuevas proteínas para que nuestro cuerpo cambie antes de que la situación
deseada se materialice.
Nuestras emociones pueden activar unas
secuencias genéticas en particular y desactivar otras (ejemplo el experimento
con diabéticos insulinodependientes que se les mostro a un grupo una película
de risa y a otro grupo de experimento una conferencia aburrida, y se les midio
luego y los valores de insulina variaron notablemente en los que se rieron..)
Al enviarle señales al cuerpo
con una nueva emoción, los sujetos que se rieron alteraron su química interior
para cambiar la expresión de sus genes.
A veces se da un cambio
repentino y espectacular en la expresión genética. ¿Has oído hablar de personas
a las que el cabello se les vuelve blanco de la noche a la mañana tras vivir
unas condiciones de lo más estresantes? Es un ejemplo de genes actuando. Tuvieron
una reacción emocional tan fuerte que la química alterada de su cuerpo activó
los genes encargados de la expresión del pelo blanco y desactivó los de la
expresión del color normal en cuestión de horas. Enviaron unas señales a nuevos
genes de nuevas formas al alterar, primero emocionalmente y luego químicamente,
su mundo interior.
¿Puedes elegir una posibilidad
del campo cuántico (a propósito, ya existen todas las posibilidades en él) y
sentir emocionalmente una situación futura antes de que se materialice? ¿Puedes
hacerlo tantas veces que adiestres emocionalmente a tu cuerpo con una nueva
mente, enviando señales a nuevos genes de una nueva forma? Si lo logras, es muy
probable que empieces a conformar y moldear tu cerebro y tu cuerpo en una nueva
expresión... para que cambien físicamente antes de que la posible realidad
deseada se manifieste.
Cambia tu cuerpo sin mover un
dedo Si podemos cambiar el cerebro con nuestros pensamientos, ¿qué efectos
tendrá sobre el cuerpo, si es que tiene alguno? Mediante el simple proceso de
repetir mentalmente una actividad, podemos obtener grandes beneficios sin mover
un dedo.
Cuando el cuerpo cambia
física/biológicamente como si la experiencia hubiera sucedido, aunque sólo la
hayamos realizado con el pensamiento o el esfuerzo mental, desde una
perspectiva cuántica demuestra que la situación ya ha ocurrido en nuestra
realidad. Si el cerebro actualiza su configuración como si la experiencia ya
hubiera sucedido físicamente, y el cuerpo cambia genética o biológicamente (demuestra
que ya ha ocurrido), y ambos cambian sin
«hacer» nosotros nada en las tres dimensiones, en este caso significa que la
situación ha ocurrido tanto en el mundo cuántico de la conciencia como en el
mundo de la realidad física.
Cuando visualizas mentalmente
una realidad futura deseada una y otra vez hasta que el cerebro cambia
físicamente como si ya la hubiera vivido, y la sientes emocionalmente tantas
veces que el cuerpo cambia como si ya la hubiera experimentado, no te
detengas... ¡porque es cuando la situación te encuentra! Y llega del modo más
inesperado, lo cual te demuestra que ha surgido de tu relación con una
conciencia superior, y este descubrimiento te inspira a hacerlo una y otra vez.
En el presente es donde existen
simultáneamente todas las posibilidades en el campo cuántico. Cuando estamos
presentes, vivimos «el momento», podemos ir más allá del espacio y el tiempo, y
hacer realidad cualquiera de estas posibilidades.
Pero cuando vivimos en el
pasado, no existe ninguna de estas nuevas posibilidades.
Has aprendido que cuando los
seres humanos intentamos cambiar reaccionamos como adictos, porque nos volvemos
adictos a nuestros estados químicos del ser habituales. Cuando tienes una
adicción es casi como si el cuerpo poseyera una mente propia. A medida que las
situaciones del pasado provocan la misma respuesta química que la del episodio
original, tu cuerpo cree estar reviviéndolo. Y en cuanto lo adiestras con este
proceso a ser la mente subconsciente, el cuerpo es el que lleva la batuta, se
convierte en la mente y, por lo tanto, puede, en cierto sentido, pensar.
El cuerpo se convierte en la
mente por medio del ciclo de pensar y sentir, y sentir y pensar. Pero con los
recuerdos del pasado también ocurre lo mismo.
El proceso es el siguiente: vivimos una experiencia con una carga emocional. Después
tenemos un pensamiento sobre este episodio. El pensamiento se convierte a su
vez en un recuerdo que reproduce de forma
refleja la emoción de la experiencia. Si seguimos pensando en aquel
recuerdo de manera repetida, el pensamiento, el recuerdo y la emoción acaban
fusionándose en una sola cosa y «memorizamos» la emoción.
Ahora vivir en el pasado ya es
un proceso más subconsciente que consciente.
El subconsciente se ocupa de la
mayoría de procesos físicos y mentales que tienen lugar mecánicamente. La mayor
parte de esta actividad sirve para que el cuerpo siga funcionando. Los
científicos se refieren a este sistema regulador como el sistema nervioso
autónomo. No necesitamos pensar en respirar, en hacer que el corazón siga
latiendo, en subir o bajar la temperatura corporal ni en ninguno de los otros
millones de procesos que ayudan al cuerpo a mantener el orden y a curarse.
Es evidente lo peligroso que
puede ser ceder a este sistema automático el control de las respuestas
emocionales diarias desencadenadas por nuestros recuerdos y el entorno. Esta
serie subconsciente de respuestas rutinarias se han comparado de formas muy
diversas con un piloto automático y con los programas automáticos de un
ordenador.
Estas analogías intentan
mostrarnos que bajo la mente consciente hay algo que controla nuestra conducta.
Piensa en Pavlov y sus perros.
En la última década del siglo xIx un joven científico ruso ató varios perros a
una mesa, tocó una campanilla y luego les dio una sabrosa comida. Con el
tiempo, después de ser puestos muchas veces al mismo estímulo, los perros se
ponían a salivar al oír la campanilla.
Es la llamada respuesta
condicionada y este proceso es automático.
¿Por qué? Porque el cuerpo
empieza a responder de manera autónoma (piensa en el sistema nervioso
autónomo). La cascada de reacciones químicas desencadenadas en cuestión de
milisegundos cambia el cuerpo fisiológicamente, y ello ocurre a nivel
subconsciente sin que apenas nos demos cuenta o de manera automática.
Es una de las razones por las
que nos cuesta tanto cambiar. Aunque
creamos vivir en el presente, el cuerpo-mente subconsciente está
viviendo en el pasado. Si esperamos que
suceda en el futuro una situación previsible basándonos en un recuerdo del pasado,
estamos viviendo como esos canes. Una
experiencia vivida con alguien o algo en particular en un determinado momento y
lugar nos hace responder fisiológicamente de manera automática (o autónoma).
En cuanto abandonamos las
adicciones emocionales procedentes del pasado, ya no habrá nada que active los
programas automáticos del antiguo yo.
Así pues, es lógico que aunque
«pensemos» o «creamos» vivir en el presente lo más probable es que nuestro
cuerpo esté viviendo en el pasado.
Por desgracia, para la mayoría
de las personas, como el cerebro funciona mediante la repetición y la
asociación de ideas, no es necesario vivir un gran trauma para que el cuerpo se
convierta en la mente. Los desencadenantes más pequeños pueden producirnos
respuestas emocionales que nos parecen incontrolables.
Un estado de ánimo es un estado
químico del ser, por lo general de corta duración, la expresión de una
prolongada reacción emocional.
Algo en tu entorno desencadena
una respuesta emocional. Como las sustancias químicas de esta emoción no se
usan al instante, sus efectos duran un rato. Se llama periodo refractario, es
el tiempo que abarca desde el inicio de la liberación de estas sustancias hasta
que el efecto disminuye. Cuanto más dure el periodo refractario, más se experimentan
esos sentimientos. Cuando el periodo químico refractario de una reacción
emocional dura horas o días, es ya un estado de ánimo.
¿Qué ocurre si este estado de
ánimo persiste? A partir de aquel día no has estado de demasiado buen humor y
ahora durante la reunión de trabajo, al echar un vistazo a tu alrededor, lo
único que se te ocurre es que alguien lleva una corbata horrenda y que el tono
nasal de tu jefe es peor que el chirrido de unas uñas arañando una pizarra.
Cuando llegas a este punto, ya
no es sólo un estado de ánimo, sino que estás reflejando un temperamento, la
tendencia a expresar de forma habitual una emoción a través de determinadas
conductas. Un temperamento es una
reacción emocional con un periodo refractario que dura de semanas a meses.
Pero cuando el periodo
refractario de una emoción dura meses y años, esta tendencia se transforma en
un rasgo de personalidad. En este punto los demás te describen como un
«amargado», «resentido», «iracundo » o «criticón».
Los rasgos de nuestra personalidad
suelen basarse en emociones pasadas.
La mayoría de las veces la
personalidad (cómo pensamos, actuamos y sentimos) está anclada en el pasado.
Por eso, para poder cambiar nuestra personalidad, debemos cambiar las emociones
memorizadas.
Hay otra cosa que nos impide
cambiar. Quizá también estemos acostumbrando al cuerpo a ser la mente para
vivir un futuro previsible, basado en el recuerdo de un pasado conocido, con lo
que nos perdemos el precioso «ahora».
Como ya sabes, podemos
acostumbrar al cuerpo a vivir en el futuro.
Aunque, claro está, esto puede
servirnos para mejorar nuestra vida, como cuando nos concentramos en una nueva
experiencia, si nos concentramos en una situación futura deseada y planeamos
cómo nos prepararemos o comportaremos, llega un momento en que vemos ese
posible futuro con tanta claridad y concreción que nuestro pensamiento empieza
a transformarse en la experiencia. En cuanto el pensamiento se convierte en la
experiencia, genera una emoción.
Pero ¿qué ocurre si empezamos a
anticipar una experiencia futura no deseada o incluso nos obsesionamos con el peor
de los escenarios, basándonos en un recuerdo del pasado? Seguimos programando
el cuerpo para que experimente una situación futura antes de que ésta ocurra.
Ahora el cuerpo ya no vive en el
presente o en el pasado, sino en el futuro, pero en un futuro basado en alguna
construcción del pasado.
Cuando esto ocurre, el cuerpo no sabe distinguir la situación
real de la imaginada. Como creemos que lo más probable es que esa situación
imaginada nos pase en la vida, el cuerpo se prepara para ella. Y empieza a vivirla
de una forma muy real.
En lugar de obsesionarte con una
situación traumática o estresante que temes vivir en el futuro, basándote en tu
experiencia del pasado, céntrate en una
nueva experiencia deseada que aún no hayas sentido emocionalmente. Permítete
vivir ahora en ese posible nuevo futuro, hasta el extremo que tu cuerpo acepte
o crea estar sintiendo las elevadas emociones que la situación te producirá en
el presente.
Joe Dispenza
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